ARTÍCULO
Por José Luis JÁQUEZ BALDERRAMA
CHIHUAHUA CHIH.- El periodismo, como muchas profesiones se encuentra gravemente amenazada por la crisis económica, la desinformación en las redes sociales y la presión de gobiernos antidemocráticos , por lo que también busca salvarse.
La gran influencia de las redes, ha provocado en los últimos tres meses, probablemente, la peor desinformación de la historia en torno a una pandemia, aunque ya empiezan a darse algunas acciones globales para frenar este fenómeno mediático
Los ingresos de la prensa, radio y televisión se han desplomado; la publicidad comercial y oficial ha desaparecido, obligando al despido de personal y cierre de medios. Esto ha sido aprovechado por gobernantes para presionar a los medios críticos, así como para ocultar o manipular información.
A esta terrible situación, hay que agregar a los ciudadanos que se encuentran confinados en sus domicilios, esperando una pronta solución a la crisis de salud y económica, pero a la vez están “devorando” información como nunca había sucedido en sus vidas y muchas veces caen en las garras de las fake news, creando mayor confusión y miedo.
Fernando de Yarza, presidente de la Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias (WAN-IFRA) declaró que el periodismo está atrapado en una “perversa paradoja”: “Cuando somos más demandados que nunca, la gasolina que necesitamos para funcionar no existe”.
El coronavirus aparece cuando los gobiernos ( democráticos y no) atraviesan por una severa crisis de identidad, pero además ha crecido la desconfianza ante el mal manejo informativo de la enfermedad.
La covid-19 amenaza también a la libertad de prensa en el planeta, muy deteriorada por las presiones de gobiernos totalitarios que aprovechan el momento para atacar el ejercicio periodístico.
De acuerdo al reciente informe de Reporteros Sin Fronteras, que dirige el periodista francés Christophe Deloire, señala que el coronavirus aparece al inicio de ‘una década decisiva’ para la libertad de prensa, con retos e incertidumbres en los planos geopolítico, tecnológico, democrático, económico y de confianza.
En la clasificación mundial de la libertad de expresión, publicada por RSF, está dominada de nuevo por los países nórdicos de Europa y cerrada por Corea del Norte, que sustituye a Turkmenistán, ambos en el vagón de cola de la llamada ‘zona negra’, incluye a China, Cuba, Venezuela, Guinea Ecuatorial o Egipto.
El deterioro fue manifiesto en aquellos países de la ‘zona negra’ donde más ha golpeado la COVID-19, como China o Irán, que aprovecharon la situación de emergencia para establecer ‘dispositivos de censura masivos’.
Christophe Deloire, denuncio que, si la prensa china hubiese sido libre, la pandemia no habría alcanzado su dimensión actual. Esta enfermedad ha sido ‘un factor multiplicador’ del deterioro de la libertad de prensa en numerosos países.
La ola negativa de las fake news ha dañado el prestigio de los medios formales, ante ello han surgido en algunas naciones los llamados fact-checkers o verificadores de hechos y de datos.
Este asunto ha sido polémico, pero ha ido avanzando, principalmente en España, Brasil y los Estados Unidos, en este último país tiene sus orígenes la serie de fact checkers estadounidenses posteriores a Cambridge Analytica y a la famosa “post-verdad” en la que viven los vecinos del norte con un presidente que gusta mentir, pero sus declaraciones son “acogidas” por muchos medios de comunicación, como las recientes recetas que dio para sanar del coronavirus a través de una inyección de cloro y Laysón antibacterial. Después la casa Blanca, argumento que hubo mala interpretación de las declaraciones de Trump.
La comprobación de los datos, como lo establece la vieja escuela de periodismo, tuvo su florecimiento con Politifact.com en 2012, para verificar las declaraciones políticas, antes lo llevo a cabo el The Washington Post en 2007 y ahora con la información sobre la pandemia, recobra importancia.
En el año 2015 se creó una red para integrar todos los fact-checkers del mundo y la fecha hay presencia en 40 países, lo que nos da una idea del crecimiento de dicho instrumento, que además se debe llevar un código deontológico y un manual de principios para preservar el derecho a la información.
Ejemplo a seguir de fact-checking, los hay en España, como Politibot, Datadista, Público o RTVE, que han realizado convenios con Facebook y otras redes sociales para “cazar” información falsa, además ofrecer servicios de información a la población, como ocurre hoy con la pandemia.
Los fact-checkers no tienen ningún poder sobre las acciones de las plataformas de internet y redes sociales. No pueden borrar contenidos, muchos menos impedir que las personas lean o transfieran información, pero son los “quijotes” de la época moderna al defender la transparencia informativa y de la calidad.
En la “guerra” contra el virus, es fácil crear un bulo (para la Real Academia Española significa ‘porquería’ o noticia falsa propalada con algún fin) con la intención de que la información se quede en la conciencia del sujeto. Cuando la idea ha penetrado en el individuo, viene la multipliación de la información.
La mayoría de las grandes redes sociales se están movilizando para detener la propagación de rumores falsos y publicidades engañosas, y privilegiar la información fidedigna de los expertos ( científicos)organizaciones de salud y los gobiernos, mientras que los periodistas, debemos regresar, aunque con algunas funcionalidades nuevas, el viejo sistema de informar y formar.
El reto es enorme para el periodismo, ya que debe repensar sobre las nuevas fuentes de financiamiento y las formas de ejercer el oficio, como en su momento se adaptó la prensa a las nuevas tecnologías, internet y a lo digital.
El tiempo nos dirá si la pandemia llegó para cambiar todo… Por lo que toca al periodismo, su función más importante, es presentar una información veraz, libre y con un sentido de responsabilidad social. Su trabajo será sometido a una rigurosa revisión a ciudadana.
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