PARA LOS GUARDIANES DE NUESTRA SALUd

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Por Carlos GALLEGOS PÉREZ

DELICIAS CHIH.- Cuando la joven María Staudenmyer, nativa de Portland, Oregon, se matrimonió con el galán torreonense Luis Madrigal, quien estudiaba allá, lejos estaba de imaginar que Delicias, entonces un embrión de lo que es hoy, le tenía destinadas varias páginas de su historia.

La pareja se fue a vivir a Dinamita, Durango, hasta donde llegó el mitote que en la región sur de Chihuahua, en el sopor del semi desierto, estaba surgiendo un asentamiento humano al amparo del agua del también naciente Distrito de Riego 05.
Para entonces ya tenían hijos y atraídos por la curiosidad de la aventura, un día amanecieron en aquel pequeño caserío de adobe y madera sin desbastar, de corrales de jarilla y ocotillo.

Emprendedores y sobrados de ambición, abrieron una gasolinería de una bomba, apenas la segunda o tercera del pueblo.

Todo les iba bien, pero como no hay felicidad completa, de pronto fallece el jefe de la casa, de modo y manera que la viuda hubo de hacerse cargo de todo.

La viudez no duró mucho y se volvió a enamorar casándose con el ingeniero Enrique Rubio Castañeda, quien trabajaba en la construcción de la presa Las Vírgenes.

La dinámica señora, viendo que los servicios médicos estaban, como todo, en pañales, y aprovechando sus contactos en Estados Unidos, apoyándose en otras personas altruistas, entre ellas el doctor Julio Maciel, gestionó la instalación de la Cruz Roja Internacional.
A base de rifas y otras actividades, construyeron un pequeño local en avenida 6a y calle 4a Norte, casi enfrente de donde hoy se ubica la Clínica y Maternidad Conchita.
Dos años después el alcalde Laing les cedió un lote más amplio, enseguida del Hospital Municipal, cuyas fachadas vemos en las fotos.
De ahí en delante y hasta la fecha, la nobilísima institución ha hecho bueno el slogan que la identifica mundialmente.
Con la agricultura en una de sus mejores y boyantes épocas, a mediados del siglo pasado, Salvador Pineda Licón, natural de Colonia Lázaro Cárdenas, siguió a su hermano Carlos, quien se había avecindado en la progresista comunidad dedicándose al negocio de las boticas.

También en eso lo imitó y en calle 3a Norte, enseguida de Casa Gardea y Joyería La Princesa, abrió la Botica París, que olorosa a mejunjes y polvos mágicos, vendía remedios para curar cualquier achaque.

Larga es la historia del sector médico local y regional, cuyos datos principales se cuentan en el libro Angeles, Batas y Alas , que auspiciado por la Clínica Hospital Fortaleza, será presentado el próximo sábado.

Un muy merecido tributo a los guardianes de nuestra salud.