Por Luis SILVA GARCÍA
CD. JUÁREZ CHIH.- Este era un precioso día 21 de marzo en la década de los 1980s cuando Agustín salía de su casa en el pequeño pueblo de la Sierra Madre Occidental con el propósito de encontrar mejores opciones de vida.
No es que la vida fuera mala en esta pintoresca población; al contrario, aquí había placidez y una privilegiada naturaleza, pero la globalización y la universalización de los medios de comunicación le hacían llegar a los jovencitos el mensaje de que el éxito sería algo muy diferente a lo que su entorno ofrecía; y pues había que ir a buscarlo.
Agustín tenía casi 20 años de edad y cargaba en su equipaje elementos muy poderosos que le invitaban a salir de su pueblo: el ímpetu juvenil y la imperiosa necesidad de tener más y mejores recursos para optimizar su vida. Así enfiló hacia la frontera de México con Estados Unidos, hacia el sueño que muchos anhelaban.
Llegó a la frontera y ahí pudo establecerse con el apoyo de sus familiares que le habían precedido en el camino, ya por varias generaciones. Acá en la ciudad había trabajo y dinerito contante y sonante cada semana, cuando rayaba en la fábrica donde le dieron empleo. Pero ya añoraba la tranquilidad y esplendorosa naturaleza del caserío ubicada a las faldas de las montañas, allá donde vio la luz por primera vez, al igual que sus ancestros.
Habrán pasado solamente unos meses cuando a Agustín se le presentó la oportunidad de ir hacia el próspero país vecino, a cobrar en dólares su trabajo, y no dejó pasar la ocasión.
Aquel jovencito logró su objetivo y se hizo persona madura trabajando en Estados Unidos. Claro que no fue fácil; para lograr vivir decentemente en la zona rural del estado de Oklahoma tuvo que trabajar muchas horas a la semana, pero le reconfortaba que había trabajo, que le pagaban bien y que con el paso del tiempo le reconocieron su esfuerzo y cualidades y tuvo una estabilidad en su vida.
Un día, ya pasados más de 10 años de una situación migratoria estable, pero irregular en este país extranjero, en una de las ocasiones en que salía a festejar con sus compañeros de trabajo, conoció a una mujer a la que buscó halagar; coincidieron y optaron por hacer una vida juntos. El sueño se había convertido en realidad para Agustín, tenía un hogar, una esposa, un trabajo estable y, lo más importante: regularizó su situación migratoria en Estado Unidos, ya que su esposa era oriunda de dicho país.
Otro 21 de marzo, también un día esplendoroso en la campiña agrícola de Oklahoma, pero ahora entrado ya el nuevo siglo y nuevo milenio, tomó el camino de regreso hacia su México querido.
La condición era muy diferente, venía con recursos y de visita a sus familiares, explorando el terreno para traer luego a su esposa y establecerse en el añorado pueblo de origen, del que tanto le platicaba una y otra vez, al grado de que ella ya deseaba con ímpetu ir a vivir allá.
El entusiasmo desbordaba en Agustín: Tanto año de esfuerzo habían dado resultado y ahora avizoraba una etapa de su vida con más paz y tranquilidad y con menos esfuerzo y riesgos. Pero un terrible e inesperado drama le aguardaba como escondido, agazapado, a la vuelta de la esquina.
Apenas llegó a la casa de sus parientes en una colonia de la ciudad fronteriza cuando aparecieron a buscarlo unos policías que se lo llevaron detenido y en unas horas ya estaba encerrado en una celda, rodeado de delincuentes, en un escenario nunca imaginado por Agustín.
Le informaron que lo acusaban de un robo, pero nunca detallaron de que se trataba ni hubo quien le defendiera en su situación. El hecho es que, sin deberla ni temerla, ahora enfrentaba una vida muy diferente a la que había logrado.
Agustín no solamente era inocente de las extrañas acusaciones, pues lo que fue que alguien informó a los agentes policiacos que había llegado de Estados Unidos y suponían que traía dólares; entonces era presa fácil para despojarlo y fueron por el a la casa, lo maltrataron y detuvieron impunemente.
En realidad, lo metieron a la cárcel sin motivo y sin fundamento, con la ayuda de los que están en contubernio para permitir este tipo de anomalías, pero Agustín nuca aceptó darles dinero para que lo liberaran, pues estaba seguro que no había cometido ningún delito.
Pasaron los días entre penurias, pues le querían cobrar para todo, por la comida, por un lugar donde dormir, por el uso del escusado, por agua para asearse o hasta para beber. Aprendió que en la cárcel se puede tener de todo, si tienes dinero para comprarlo.
Tenía ya algunas semanas detenido cuando recordó que un primo suyo era policía; lo buscó y lo encontró. Este vino a visitarlo, pero no le ayudó en nada, pues también pretendía que le pagara una gran cantidad de dinero para liberarlo de la injusta acusación. Su primo no le creyó, afirmó que seguramente era culpable y estaría involucrado con algunas de las bandas de delincuentes que trabajan para el narcotráfico.
Pasados dos meses de estar detenido, fue invadiendo la tristeza y desesperación a Agustín, pues ya ni sus parientes creían en su inocencia en este incidente generado solamente por el abuso y corrupción de quienes lo detuvieron.
Durante todos los años en que trabajó en el extranjero, y aún desde jovencito en su pueblo, Agustín nunca fue tomador, el alcohol no le gustaba, menos aún tener que ver con alguna droga u otro tipo de sustancia, pero ahora en la cárcel habría de conocer de todo, pues ahí en el interior había alcohol y drogas, circulaba de todo, y se vio obligado a probar de todo para sobrevivir mediante la adaptación a situaciones y para tener una relación cordial con los poderosos de adentro del penal.
Después de casi un año finalmente lo liberaron y solamente le pidieron una disculpa cuando le dijeron que se habían equivocado y que no era él la persona a la que buscaban.
Agustín salió de la cárcel de la ciudad fronteriza y muchas cosas habían cambiado. Intentó hacer cargos contra los que lo detuvieron e inclusive le pidió a su primo el policía que le ayudara, pero este le dijo que mejor ni le moviera porque le iba a salir más caro.
Agustín se quedó en casa de sus parientes, haciendo trabajitos de mecánica que le salen por aquí y por allá. Pensó en regresar a los Estados Unidos, claro, era lo lógico, pero entonces se enteró que su esposa ya no quería saber nada de él, pues supo que estaba detenido y también ella lo mal juzgó y ahora cree que es delincuente.
Agustín busca tranquilizarse y seguir su vida adelante, pues después de este incidente cree que lo perdió todo.
Y solamente por una equivocación. Pero, equivocación que revela con claridad las corruptelas y miserias que suceden diariamente en nuestra sociedad.