Por Luis SILVA GARCÍA
CD. JUÁREZ CHIH.- El periodista ejercía su profesión en la ciudad fronteriza de México con los Estados Unidos y había logrado obtener un bien logrado prestigio con base en el trabajo de calidad y honestidad a través de los años.
Esto le permitió fomentar relaciones positivas y sanas con las personas activas en la sociedad, incluyendo actores políticos y líderes sectoriales, con lo que generalmente realizaba constantes intercambios de puntos de vista, que desembocaban en colaboración mutua por intereses de la comunidad y en no pocas ocasiones hasta en franca amistad.
Este era el contexto cuando un candidato a la presidencia municipal se apoyó en el periodista para analizar los acontecimientos de su campaña, sin que la asesoría fuera formal, solamente como un respaldo de amigos, a sabiendas de que la opinión de este periodista sería útil y de buena fe para el político.
Los hechos cimentaron una buena amistad que se refleja en que el mismo día de las elecciones el candidato pasó la tarde en la oficina del periódico que dirigía este periodista, para rumiar ahí su nerviosismo en espera de los resultados, en un ambiente de confianza y análisis de los acontecimientos.
Ahí se enteró el político que, aunque con un margen un tanto apretado, tenía el triunfo seguro y sería el presiente municipal de la ciudad fronteriza. Así era la confianza y el respeto entre estas dos personas.
Ya siendo el jefe de la comuna, el político en cuestión anunció el nombramiento de un ex jefe judicial como director de la Policía Municipal.
El citado anuncio provocó que el periodista escribiera una columna en el periódico, en la cual reveló los antecedentes negativos del exjudicial, con detalles de su involucramiento en los tristes años en que se dio represión política e ideológica, a través de los judiciales y de agentes de la Dirección Federal de Seguridad, así como amedrentamiento de personas por la llamadas “brigadas blancas”, que no eran más el instrumento del régimen para mantener el control y eliminar la posible subversión contra el gobierno de ese entonces.
El citado exagente ya estaba retirado y tal vez el nuevo alcalde (quien vivió muchos años fuera de la localidad) no conocía los antecedentes, o el tiempo hizo que pasaran desapercibidos, o simplemente alguien lo recomendó como jefe policiaco, y entonces se ignoraron casos que indudablemente significaban involucramiento con el crimen organizado, y se dio a conocer el desafortunado nombramiento.
La columna fue una denuncia clara de quién era este personaje policiaco, ejemplo de aquellos tristes tiempos en la frontera, y la publicación provocó que el nuevo presidente municipal se comunicara con su amigo, el periodista, para reclamarle:
“Oiga, por qué está criticando a mi jefe de policía, todo lo que dice es incierto, porque usted ni lo conoce”, dijo el alcalde.
Y el periodista le contestó: “y a usted quien le dijo que lo que publico no es cierto y, más aún, que no conozco a esta persona”. Y agregó: “usted me conoce y sabe bien que cuando publico algo es porque tengo los pelos de la burra en la mano, y en este caso me parece que tengo la burra completa”.
El alcalde detuvo de golpe su argumentación en defensa del jefe policiaco nombrado y añadió: a ver, explíqueme.
El periodista argumentó: “Mire señor, apreciado amigo, hoy cabeza de esta querida comunidad, durante años, como reportero, he conocido y, hasta donde he podido, documentado los acontecimientos en esta ciudad, y con fundamento en ello es que publico mis artículos, más en el caso de este exagente y ahora jefe policiaco le solamente le voy a dar un dato”.
“Juzgue usted -señor alcalde- si conozco o no conozco a esta persona, y baste para ello que sepa que dicho jefe está casado desde hace muchísimos años con una hermana de mi señor padre, es decir, es mi tío político; he tenido bastante trato y buena relación con mi tío, tanto así que me he enterado de muchas cosas que cuadran con las investigaciones periodísticas”.
Y añadió el periodista: “si me atrevo a publicar cuestionamientos y críticas contra mi tío, es porque no tengo duda de que los hechos son así, y además porque el valor de la verdad es superior al posible encubrimiento de responsabilidades de las personas, sean quienes sean; y para velar por ello es que debemos estar los periodistas en la comunidad, es decir, debemos ser el contrapeso de las esferas de poder, por un sano equilibrio”.
El alcalde esbozó una sonrisa y dio la mano al periodista: “No, pues ahora si me amoló, no tengo ni que defender, estaba mal informado”.
“Y por qué no me dijo antes”, agregó.
“Pues porque usted no me preguntó”, cerró la conversación el periodista.
A la siguiente mañana el jefe policiaco en cuestión amaneció cesado.
La amistad entre el periodista y el político continuó intacta.