En una mesa turca

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Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ CHIH.- En ese jueves al medio día, a la doctora le llamó la atención el detalle cosmopolita de un lugar pequeño que ofrece comida turca en una calle comercial, pero no céntrica, de esta ciudad fronteriza de Chihuahua con Texas.

Tomó lugar en la única mesa, dispuesta como para varias personas a la vez, aunque que no necesariamente fueran juntas. Parece como la costumbre turca de lugares hogareños donde comer.

La recibió “Omar” (ahora dice que así se llama pues su nombre original, en el idioma de su país, es impronunciable acá, tanto por tener caracteres que en el español no existen, como por el acomodo de las equivalentes a vocales y consonantes). Por eso luego yo le dije: estás como aquel chino que llegó a Mexicali y puso un exitosísimo restaurante que se llama Pepes, y así se llama porque así se llama el chino, o al menos ese nombre adoptó cuando llegó a México y observó que su nombre era impronunciable en este país. Acá en Juárez el reciente lugar se llama “El turco en cocina”, así tan descuadrado como el hablar de Omar en nuestro idioma, que se nota que apenas anda dominando.

Pero regresemos a la doctora en química, que da clases en la Universidad local, especialmente a quienes se preparan para incursionar profesionalmente en la cocina. Ella es originaria de Nueva York y avecindada hace décadas en la frontera, por lo que afirma que es Juarense. Así como dijera Juan Gabriel, y que a tantos nos aplica: “los juarenses nacemos donde nos da la gana”.

Cuando mi esposa y yo llegamos al lugar, compartiendo esa misma curiosidad universal por la cultura de otras regiones, la doctora engullía con exultante gusto un postre recién llegado de Turquía, compuesto de pistache y alguna miel, envueltos en hojaldre, que más tarde comprobamos que eran una delicia.

Ya ella había asumido el papel de propagandista del lugar y a todos los que entramos nos invitó a probar lo que el turco ofrece en estos primeros días del negocio, “aunque aún no tienen todos los platillos porque no le han llegado los insumos, pero si los van a tener”, justificó cuando mi esposa solicito una ensalada y resulta que de momento no había.

Ya estábamos esperando nuestros alimentos y departiendo comentarios con la doctora cuando se iluminó la entrada del local con la presencia del duendecillo, que pasó a toda velocidad hasta el mostrador, con su corta estatura, sus gruesas gafas, cabello ralo, pero bien peinado (como la canción del Ranchero Chido) su hablar rápido e incesante, y no obstante todo ello, su grata presencia.

Vino a parar en la misma mesa, y a comer el mismo platillo, al que Omar llamó pomposamente “comida casera del día, como en Turquía”, y que no era otra cosa que carne de cerdo preparada en un trompo, con marinado y especias, y servido en pan pita, que conformaron una verdadera delicia, todo a comerse con los dedos, como allá; aunque yo siempre pido cubiertos pues no me acostumbro a comer sin ellos, y pongo de pretexto algunas deficiencias de mi dentadura. Cuando expliqué esto el duendecillo soltó la carcajada y dijo: ¡yo ni dientes tengo! Y mostró con orgullo su lucidora y blanca dentadura postiza.

En animada y graciosísima charla salieron a relucir los currículos, ya que entre los presentes sumábamos un buen número de años vividos y, de acuerdo a lo presumido, muy bien vividos o, mejor dicho, muy bien gozados… que equivale a lo mismo, vaya usted a saber.

Resultó que el duendecillo, originario de Santa Bárbara, Chih., otro juarense por adopción, acumula amplísima experiencia en neurociencia y está saliendo del duelo por el fallecimiento de su esposa, a la que atendió por casi 20 años de Alzheimer. Y el hecho no le amarga la vida. Él es feliz y esparce felicidad y alegría por donde pasa.

Ha acumulado varias carreras y define que estudiará siempre; por ello actualmente está estudiando violín, aunque habló de sus temores iniciales porque asegura que no hay nadie más alejado a la música y descuadrado que él.

La chispa del duendecillo se mostró ante todo comentario de los presentes, a cualquier dicho lo complementa con una broma, siempre con respeto y sabiduría; su actuación refleja su trayectoria en valores, aprendizaje y enseñanza.

Y si nos referimos a este tema de vida productiva, útil y positiva, la doctora no resultó ser menos, y baste describir el orgullo con que se refiere a la centena de alumnos que tiene a su cargo por el puesto que desempeña como Coordinadora del Programa de Química en la universidad.

Nos habló de la experiencia de la cátedra, de las incidencias por la pandemia, de cómo ha preferido quedarse a impartir clases de este lado de la frontera, antes que tener cualquier trabajo en los Estados Unidos. Se trata de aportar algo a la comunidad, explica. Ese es el espíritu que refleja la doctora.

La amalgama de personalidades que puedes topar en una comunidad fronteriza es muy interesante, esa misma mañana bastó con encontrarnos a este chico extranjero, Omar, que estaba en la banqueta acomodando un cartel con anuncio de su comida y le preguntamos los horarios de servicio.

Fue cuando noté su expresión limitada en español, y como pudo dijo que abría tarde porque el día anterior cerró hasta las 2 de la mañana. Reflexioné acerca del mérito que tienen estos jóvenes para venir a emprender un negocio en un país con el que pocas costumbres comparten. Hay que reconocerlo.

Pero también hay que reconocer el valor de personas como la doctora, que han llegado a la frontera para aportar en la formación de una comunidad mejor.

Y para nada es menos el duendecillo, quien llegó de su pueblo a formar toda una estirpe en las riveras del Rio Bravo, incluyendo su propia ilustración, que no para hasta hoy en día.

¡Ah! Este personaje al que me refiero como “duendecillo”, tiene 77 años de edad.

Concluyo que en cada momento y en cada persona encontramos algo con que iluminarnos.

Y me quedo con la frase que un día me dijo César Luis Menotti: La tarea del aprendizaje es la única que los seres humanos nos llevaremos hasta la tumba”.