Panorama: Que la indolencia no se nos haga costumbre

0
151

Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ CHIH.- Cuando llegas a la línea fronteriza ente México y Estados Unidos, ahí donde la división territorial ya no es un río, sino simplemente una reja muy alta de gruesos barrotes metálicos, inevitablemente te invade un sentimiento de añoranza, pues sabes que ahí donde estas parado termina tu patria y empieza el país extranjero.

Observas a través de los barrotes y adviertes que estás a unos centímetros de otra nación, el territorio es el mismo: un desierto que es agreste, pero que claramente tiene su encanto y su riqueza en minerales y vegetales endémicos.

La diferencia entre uno y otro país pone en evidencia la realidad que hoy se vive en México: el descuido, la suciedad, basura acumulada, construcciones en ruinas con materiales de desecho, calles de terracería; todo esto se observa en el lado mexicano, resultado de una miseria e ignorancia que campean por la nación.

Y no es que yo crea que en Estados Unidos están las cosas muy bien; solamente describo lo que veo: limpieza, maquinaria moderna, construcciones de primera clase. Del otro lado es el primer mundo; acá, parece que vamos del tercero al cuarto… de bajada y aceleradamente.

En esta ciudad fronteriza ese descuido, que ahora contemplo en la guardarraya, en realidad se extiende por toda la urbe, y ya los habitantes muchas veces ni se inmutan: parece que ya se impusieron al desorden e indolencia; aunque no, por común, se justificaría pensar que sea normal o positivo.

Por el rumbo del lado oriente las calles arenosas, la mayor parte de las veces sin pavimento, lucen sucias, con perros y gatos callejeros pululando como si fueran los dueños del territorio. No se puede caminar, salvo que haya que ir sorteando la ruta para evitar pisar excremento de los animales, que alguna vez fueron domésticos y ahora claramente son callejeros.

Los puestos improvisados o tendederos de ropa y enseres de segunda mano, aparecen casi en cada cuadra; es mercancía traída del país vecino, lo mismo se encuentran chamarras que ropa deportiva, prendas para niños, zapatos de medio uso, utensilios de cocina, muebles, electrodomésticos, juguetes. En este mercado informal hay de todo.

El señor mayor que avanza con su carrito de papitas y dulces, cruza por el arroyo que corre a media calle allá por una colonia situada en el extremo hacia el sur de la ciudad, que colinda solamente con arena y más arena. Habría que preguntarse cuál es el origen del agua sucia que corre por ese arroyo, pues hace mucho tiempo que por este rumbo no llueve. Cruza el arroyo con gran esfuerzo para llegar a la cercanía de la escuela primaria oficial para alcanzar la hora de salida de los chamacos y poder vender más productos.

Una barda colocada al final de la calle, aparentemente para evitar el cruce hacia la nada, pues ahí termina la urbanización, o tal vez para que no entren vagos y delincuentes, se ha convertido en excelente pretexto para acumular basura.

Por supuesto que el servicio de limpia no es eficiente en estas colonias, pero los vecinos, antes de buscar una salida al problema, simplemente actúan de la manera más cómoda, y avientan sus desperdicios ahí nomás.

La montaña de basura ya tiene varios metros de altura y volumen del ancho de la calle y más de 20 metros de profundidad, con todos los riesgos de contaminación y salud que ello significa, sin contar que los animales “domésticos” van y vienen por los alrededores y hasta “conviven” con roedores e insectos. ¿Qué lleven y traigan de contagio y riesgo? No quiero ni imaginarme.

A las dos de la tarde pasa una señora y le siguen dos niños de entre 4 y 6 años de edad; parece que vienen de la escuela y caminan con su inocencia en este triste panorama hacia su muy humilde y deteriorada vivienda, cuyo margen de propiedad se demarca con láminas viejas y paletas de madera, desperdicios de empaques industriales, todo en un piso de arena sucia.

Cuando veo niños por estos territorios, siempre me llaman la atención y me invade un sentimiento de desasosiego al pensar qué les esperará en el futuro a estos pobres muchachitos, si desde ahora viven en la miseria y muchas veces en la ignorancia, entre la suciedad y carentes de los más elemental para una vida digna.

No es extraño encontrar, en rincones de estas colonias, viviendas abandonadas que han sido ocupadas por grupos de personas que ahí se reúnen para drogarse: los llamados “picaderos”, a los que la gente le saca la vuelta con toda razón, pues los drogadictos generalmente son agresivos o hasta pueden estar resguardados por bandas delincuenciales y la policía nunca entra a estos sitios.

Desde hace muchos años decíamos, con sorna, que Juárez no era una ciudad para caminar, pues si tratabas de recorrer una cuadra a pie, seguro que te ibas a encontrar con una obstrucción en la banqueta, si es que hubiera banqueta acaso.

Pues hoy en día, antes que resolverse esas deficiencias urbanas, los problemas son mucho mayores y abundantes, y no solamente se trata de las colonias populares, por cualquier rumbo se pueden encontrar zanjas abiertas, piedras y restos de material a media rúa, construcciones que invaden la vía pública, basura, desde luego.

El abandono es notorio. Por el rumbo céntrico de esta colonia antigua, cuyas fincas datan de los años 1950s, la destrucción campea por doquier, y aunque hay casas habitadas y algunas hasta cuidadas, la mayoría van hacia las ruinas: las construcciones de adobe erosionado son las más abundantes, “adornadas” casi siempre con pintas del llamado grafiti, señales de bandas o simple expresión de vagancia.

En los espacios comerciales también luce el abandono: siempre hay locales vacíos y solos; aún las plazas comerciales más modernas nunca han logrado tener todos los locales rentados; ni se diga que las placitas modestas que pululan por todos rumbos y muchas de ellas ya en abandono total.

En el centro de la ciudad, en la otrora vistosa Avenida Juárez, en el Pronaf, en el Chamizal, en el Parque Central, todos espacios públicos, el abandono y la suciedad son notorios. Hasta en los centros comerciales “de primera”, si se fija bien, el piso no estará muy limpio, y ni mencionar los baños públicos.

Y no es que menosprecie los valores de esta pujante ciudad fronteriza, claro que no; existen y son muy loables. Observar lo que debemos mejorar, por el bien de todos, no significa que se ignore lo positivo.

Solamente cito estos casos a manera de ejemplos, ni únicos ni excluyentes, porque me inquieta que la indolencia se nos vaya convirtiendo en costumbre.