Ruta perdida

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Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ CHIH.- “Primer asesinato de candidatos en esta contienda electoral”. En este sentido se expresaron varios medios de comunicación esta semana pasada, cuando se conoció la noticia del asesinato de la candidata de Morena a la alcaldía de Celaya, Gto., Gisela Gaytán.

El acontecimiento, ya de por si espeluznante, da lugar a reflexiones, pues parece que ya la mayor parte de la sociedad, incluyendo los medios de comunicación, ven con naturalidad la violencia.

A muchos medios de comunicación les importa más el escándalo de la noticia, que hacer un análisis serio de los acontecimientos, en el papel que les corresponde como conciencia de la comunidad y contrapeso de los poderes, según dijera Gabriel García Márquez.

Es grave siempre un atentado en el que se quita la vida a alguien, es más grave que esto suceda contra personajes públicos, y más aún cuando el contexto es una contienda electoral, es decir, el proceso para elegir a los gobernantes de todos.

Resulta sobremanera preocupante que los acontecimientos violentos, por continuos y consuetudinarios, ya se convirtieron en un elemento más del paisaje nacional, que por comunes ya no asustan a nadie.

Así es como dicen: “primer asesinato de esta contienda electoral”, como que esperan que haya más, como si fuera lo “natural”. No hay que confundirnos, no por comunes los asesinatos violentos van a ser justificables o normales.

El hecho de que todo esté salpicado de violencia, hasta la música, y ni se diga la televisión, redes sociales, juegos electrónicos, etc., no quiere decir que sea lo correcto, solo es lo más publicitado, porque a alguien así conviene.

Muchos medios de comunicación se quedaron ya anclados en la nota roja, en el escándalo, en la sangre, en la violencia, en los asesinatos, en el chisme, dicen que porque es lo que más vende. Y otra vez acomoda la pregunta ¿a quién conviene ese tipo de periodismo amarillista?

Si es lo que vende, entonces quiere decir que no les importa lo que pasa a la sociedad y menos a las personas; solo importa lo que vende, es decir, ganar dinero. ¿Principios, valores, ética?, parece que no saben nada de estos conceptos.

Por eso es que mataron a esta candidata y no pasa nada, en unas horas o días la noticia ya se diluyó. “Todos estamos muy bien, optimistas y felices”, dijo el Presidente López al otro día en su mañanera.

Matan candidatos, matan sacerdotes, matan periodistas, matan personas, y no pasa nada, “todos felices y contentos”. Se impone la ley del más fuerte se diluye el Estado de Derecho; así pasa en las calles, entre las pandillas, pero también, cada vez con mayor impacto, en las diversas acciones de la comunidad, en los negocios, en las actividades comerciales y públicas y, como vemos en estos días, en las campañas políticas.

La presencia de la violencia creciente en México se aprecia desde hace decenas de años, a la par del crecimiento del narcotráfico, y claro que el quehacer político no podría estar al margen de esta realidad.

Al contrario; si ya padecimos, como país, hace 30 años, el asesinato del candidato, ya seguro próximo presidente de la República, Luis Donaldo Colosio, de manos de los poderes narco políticos, que no podían dejarlo que llegara, una vez que se les estaba saliendo de control, pues de entonces a la fecha no parece que dichos poderes hayan decrecido, sino más bien se han afianzado.

En la campaña de 2018, en una comunidad conurbada del centro del país, las cuadrillas de Morena, en plena campaña de promoción de AMLO, en contubernio con los grupos y pandillas de los cárteles de la zona, repartieron durante un año dinero y despensas a los colonos de los sectores más pobres, con la condición de que votaran por Morena.

Una humilde ama de casa platicaba cómo quisiera quitarse ese yugo, pero sabía que ya no era como en los tiempos del PRI, cuando les quitaban la credencial de electoral y los obligaban a votar por ese partido, bajo amenaza de que les quitarían los apoyos de despensas y material que les entregaban. Y claro que las amenazas funcionaban, pues muchas veces esta gente era todo lo que tenía para sobrevivir.

Mire, me dijo la señora, fíjese en la ventana de aquella casa abandonada, de tres pisos, al otro lado de la calle, ahí en el piso de arriba están los vagos viendo para acá, vigilándonos a nombre de los jefes de la droga para que no recibamos a los otros partidos, solo a Morena.

Y ahora, ya el temor de los colonos no es que les retiren los apoyos, no, ahora el riesgo es que, si no hacen lo que les exigen, su vida y la de sus hijos queda en riesgo. Y pues pueden matar a cualquier persona y no pasa nada.

“Entonces pues ya sebe por quien vamos a votar”, dijo esta ama de casa.

Eso era en 2018. Tiempo antes, allá por el 2000, y por otro rumbo del país, muy al norte, en una comunidad fronteriza con Estados Unidos, un candidato de clase media alta aspiraba a ser el Presidente Municipal de su ciudad y logró la candidatura por el PAN.

Todo iba viento en popa hasta que los grupos delincuenciales relacionados con el narcotráfico lo amenazaron y secuestraron porque no coincidía con sus negocios.

Finalmente, esta persona logró salir con bien del incidente, pero tuvo que abandonar su candidatura y refugiarse por algunos años en los Estados Unidos. No podían dejarlo llegar si no coincidía con sus intereses.

Son dos casos diferentes, a manera de ejemplos, pero situaciones como estas pululan en el panorama nacional desde hace muchos años, y ahora, cuando grupos del narcotráfico han aportado apoyo directo a candidaturas de todos los niveles en el entorno político, pues se sienten con derecho a quitar y poner. Y estos grupos hablan con las balas.

La degradación del entramado social en México se pone en evidencia cada vez con mayor claridad. Ante los hechos la autoridad puede decir “no pasa nada”, y de verdad no pasa nada.

Ya perdimos la capacidad de asombro ante la violencia, ya nada nos asusta, pero eso no quiere decir, bajo ninguna circunstancia, que estemos en lo correcto.