Las encuestas y sus mitos

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Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ CHIH.- La modernización o democratización de los organismos electorales en México llegó tarde; apenas después de 1990 una vez “ciudadanizado” el IFE, se empezaron a utilizar estudios para mejora de procesos, figuras de vigilancia plural de las actividades, como los observadores electorales, y encuestas para medir las preferencias de la ciudadanía.

Y digo que las medidas llegaron tarde porque desde muchos años antes, en otros países, la democratización y ciudadanización de los procesos electorales, y en general de los organismos políticos y de todo el sector público, eran ya una costumbre. En México se podría decir que no eran “necesarios” –al menos no eran muy exigidos- pues a esas alturas aún era escasa la alternancia en la política nacional.

En esta ocasión me quiero referir al tema de las encuestas de intención del voto, pues son instrumentos que llegaron y, muy rápido -como muchas otras cosas en esta nación-, se corrompieron, se echaron a perder, se convirtieron en letra muerta. Hoy en día, más que elementos confiables para tomar decisiones, son instrumentos propagandísticos: son leña para ese fuego que parece ser el deporte nacional: el chisme; aunque de verdad, de seriedad y menos aún de ciencia, tengan en realidad muy poco.

La estadística es una ciencia exacta, de manera tal que si una encuesta está bien hecha, no hay manera de que pueda fallar, y los márgenes de error son en realidad muy pequeños, conforme la metodología es sólida.

Cómo podemos explicarnos, entonces, que, en los meses de marzo a junio del año 2000, la casi absoluta mayoría de las encuestas de intención del voto daban como posible ganador al candidato del PRI a la Presidencia de la República, Francisco Labastida Ochoa, con márgenes superiores a los 10 puntos de diferencia, sobre el candidato del PAN, y sin embargo Vicente Fox resultó electo Presidente.

¿Los encuestadores se equivocaron en su pronóstico?, claro que no, actuaron con alevosía, o las encuestas estaban mal hechas o las “cucharearon”, como se dice comúnmente en el ambiente político, o ambas cosas. Esas encuestas estaban fabricadas a la medida de quien pagó por ellas.

Uno de los más ávidos encuestadores de nuestro país, estando allá en la Cd. de México, me decía hace años: “Todo se puede hacer, le jalas un poco a las probabilidades para un lado o para el otro y el cliente queda satisfecho y paga más fácilmente”.

-Pero eso es un engaño, no se vale, te sales de la metodología, arriesgas o invalidas tu propio trabajo, le rebatía yo.

Pero me explicó que ya eran tantas las casas encuestadoras que incurrían en esas prácticas, que la ficción superaba a los cálculos matemáticos, “y si llevas los resultados tal como son y no le gustan al cliente, pues lo más seguro es que no te pague”; y, pensaba yo, como hay tantos haciendo estudios de este tipo, pues entonces escuchan solamente al que les dice lo que quieren escuchar. Un craso error de nuestros políticos, que ya parece costumbre.

A la larga, esa grave falta de los personajes políticos: la de caer en la tentación de escuchar a los que les hablan bonito al oído, antes que a las voces críticas y certeras, les cuesta muy caro; pero en el camino enriquecen a vivales que se aprovechan de la situación, como es el caso de muchos encuestadores.

En otro momento en Puebla, en un proceso de elección de gobernador, me tocó exponer resultados de estudios estadísticos y encuestas de intención de voto a los integrantes de una coalición, y como había datos que no les favorecían, en vez de tomarlos en cuenta para aplicar las acciones que les llevaran a conseguir adeptos, me pedían que maquillara los resultados. Como se trataba de una reunión interna yo les dije: “Puedo entender que no se quieran presentar resultados que no convienen a determinados sectores y más aún a medios de comunicación, pero que nos engañemos entre nosotros mismos me parece un balazo en el pie”.

Claro que nos les gustó mi posición, pues en las campañas se mueven bajo la premisa de que “el que paga manda”; sin embargo, yo me sostuve en mi posición de que “podemos engañar a todo mundo por no podemos hacernos tontos nosotros mismos”. Finalmente se puso atención a los números y se ganó esa elección; pero no fue fácil. Vino al caso este comentario porque ya los políticos están impuestos a que los encuestadores les digan siempre lo que quieren escuchar, y solamente bajo esa condición paguen los estudios.

En un proceso interno electoral interno de un partido político nos tocó prestar servicios de encuestas y callcenter para medir y llevar mensajes propagandísticos vía telefónica a los militantes del partido a nivel nacional.

En una madrugada el candidato personalmente me habló para pedirme: “Necesito que mandes un mensaje ahorita a las tres de la mañana a todos los militantes”. Pensé yo: pasaría algo urgente, hizo erupción el Popocatépetl, se le cayó el avión al Presidente… pero no, solamente quería mandar un mensaje de saludo e invitación a apoyar en la elección del partido, pero quería que el mensaje fuera a nombre de su contrincante, para que todos se enojaran por estar hablando a esa hora de la madrugada.

Le expliqué que no comulgábamos con la guerra sucia, y no porque nos asustara, simplemente porque lo negativo suma finalmente negativo y no se vale hacer cochinadas, “para eso no cuente con nosotros” concluí la llamada.

El “chistecito” nos costó que el personaje ya no nos pagara 50 mil pesos que nos adeudaba de trabajo ya entregado; para él seguramente no significaría gran cosa, pero para nosotros era la remuneración de muchas horas de esfuerzo y trabajo honorable de todo un equipo de colaboradores. Pero los políticos así se las gastan.

El ambiente se ha degradado enormemente en materia de encuestas electorales, ya nadie se preocupa por aplicar la metodología adecuada, y la credibilidad se ha perdido en gran medida, y con razón.

Este tipo de estudios tienen un sistema en el que no importa tanto el volumen de encuestados sino el rigor del método, especialmente el cuidado en la selección de la muestra, de acuerdo al objeto a estudiar, al área donde se va a aplicar el estudio, a la naturaleza de los encuestados en cuanto a su nivel socioeconómico, genero, edad, actividad.

Otro elemento vital en la calidad del estudio es la supervisión para una adecuada aplicación de los cuestionarios, pues si las casas encuestadoras hacen como que les pagan a los encargados de aplicar los cuestionarios, pues estos encargados van a hacer como que los aplican, y fácilmente los llenan ahí sentaditos en un café, y si esto no se vigila pues los resultados no son confiables.

No es el propósito analizar ahora la metodología de una encuesta, pero si hay datos que ilustran, como que el muestreo debe aplicarse de forma totalmente aleatoria, considerando los factores sociodemográficos, de manera que todos los integrantes del universo a estudiar tengan exactamente la misma posibilidad de llegar a ser encuestados. Esta selección generalmente se hace con un software especializado, y son instrumentos caros; pero bien pudiera hacerse en un mapa con piedritas, eso es aleatorio.

Para un estudio basta con 400 cuestionarios, sin importar el universo, pero es más importante que esos 400 cuestionarios sean adecuadamente aplicados; por ejemplo, si el cuestionario número tal debe ser aplicado en el domicilio tal, en determinado horario y día de la semana (día vacacional no deberá ser elegible), a persona de tal edad o sexo, y llega el encuestador y no hay nadie o no se cumplen los requisitos, entonces no se trata de irse a la casa de enseguida, o a la siguiente cuadra, no, en el muestreo quedan señalados los domicilios suplentes para cada caso, en consideración a los mismos factores para la exactitud del estudio.

Esto quiere decir que, si el estudio es en todo el mundo, supongamos, entonces el domicilio suplente de uno de La Chaveña, en Cd. Juárez, puede tocar en El Tibet, allá junto a la cordillera del Himalaya, y habrá que hacerlo donde señaló el muestreo para garantizar el resultado exacto. Si, son solo 400 cuestionarios los que hay que aplicar, pero los 400 que dice el muestreo, no los que me acomoden.

Si ustedes leen por ahí (y estoy seguro que lo van a leer) que en una encuesta aplicaron miles de cuestionarios, pues eso es sospechoso en cuanto a la calidad, pues quieren sorprender al cliente con un elevado número, para dar la impresión de que hacen mucho, cuando lo que deben hacer es las cosas bien, como señala el método científico; y en estadística volumen nunca va a suplir a exactitud.

Por eso me sorprende que las autoridades electorales actualmente están validando “encuestas telefónicas”, cuando los estudios telefónicos no pueden cumplir con el rigor de la metodología de una encuesta, pues tienen el sesgo de que no todo el universo a estudiar tiene necesariamente teléfono, o no lo traerán permanentemente consigo, o no querrán contestar. Hay más factores en una llamada: nunca es lo mismo entrevistar a alguien personalmente que por teléfono. El estudio telefónico es un sondeo y aporta datos valiosos, pero no es encuesta.

Entonces, ¿qué tanto se puede creer o no en una encuesta de intención de voto? Voy a ser atrevido pero práctico y de buena fe: A los resultados de las encuestas, pónganle o quítenle 10 puntos, de acuerdo a la información que usted tenga y que piense que fue “cuchareada” para uno u otro lado; agarre todas las que pueda, saque promedio y tendrá algo más realista.

¿Las encuestas ganan elecciones? Claro que no, “las encuestas no votan”, dicen los candidatos cuando los números los muestran abajo, no votan, pero si son hoy en día un elemento que influye enormemente como propaganda, para elevar la imagen del personaje público, desgraciadamente lo hacen con manejos poco confiables, pero de que impactan, impactan, sin duda.

Ultima anécdota y esta del presente proceso local: Muy preocupado, un precandidato a una alcaldía se comunicó con una casa encuestadora, de esas que miden semanalmente la preferencia, para saber cuáles eran los números reales de su posicionamiento, y la respuesta que obtuvo fue espeluznante.

-No se preocupe mi Lic, usted páguenos 250 mil pesos semanales y le aseguramos que en un mes estará en lo más alto de las preferencias.

¡Así cómo les va uno a creer!