Jornada electoral; la esperanza

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Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ.- Era el “Verano Caliente” en 1986 en Chihuahua, donde se realizaban elecciones locales para gobernador, ayuntamientos y congreso local, cuando un grupo de reporteros, entre ellos Pablo Hiriart de La Jornada de México, Karen Shields de Los Ángeles Times, el fotógrafo Pedro Valtierra, también de La Jornada, y un servidor, por entonces jefe de información de Novedades de Chihuahua, nos apresuramos a dirigirnos a una casilla de la Colonia Villa, en la Ciudad de Chihuahua, donde reportaban irregularidades.

Particularmente había informes de que una jefa de casilla operaba a favor del partido del gobernador del estado, que era el PRI, que no estaban dejando entrar a votar a la gente que temían que podría votar contra su candidato, que era Fernando Baeza Meléndez.

Llegamos a la casilla en la Col. Villa, asentamiento urbano que se generó en los años 1960s con invasiones que promovió el Comité de Defensa Popular (CDP), organización y partido independiente, con bandera de izquierda, pero que finalmente se convirtió en grupo de choque del PRI en el poder.

Total que ese domingo de elecciones en la casilla y sus alrededores pudimos comprobar que las denuncias de los ciudadanos eran fehacientes: Platicamos con decenas de afectados que tenían su credencial para votar en esa sección y no les permitieron el acceso a la casilla que les correspondía, ubicada en un domicilio particular cuya puerta permanecía cerrada y aparentemente solo le abrían a conocidos.

Fuimos a la casilla para solicitar el acceso, como prensa acreditada por la Secretaría de Gobernación para cubrir las elecciones, como decía en nuestros gafetes, y se nos instruyó que podríamos entrar a las casillas para solicitar información.

Pero resultó que la presidenta de la casilla era una reconocida lideresa del CDP, quien había comandado las invasiones años atrás y por tanto conocía y controlaba a la mayoría de los colonos de la sección, sabía quienes eran sus adeptos y quienes sus contrarios, y simplemente excluía del voto a los que no eran de su club.

Cuando mostramos nuestros gafetes y solicitamos entrar a la casilla para preguntar: por qué no permitían el acceso a muchos votantes, qué opinaban los representantes de partidos en la casilla, cuál era la posición de otros funcionarios en la sección, cuantas boletas tenían, cuantas se habían ya utilizado, que incidencias había; preguntar lo de siempre en las casillas; pero la presidenta de la casilla, esa lideresa del CDP, no nos permitió el acceso.

No le importó que lleváramos nuestros gafetes avalados por la autoridad electoral, por el Gobierno de México, por el Gobierno del Estado de Chihuahua, por los propios medios mexicanos y extranjeros, ella no nos cerró y se paró con su enorme volumen en la puerta de la casa donde estaba instalada la casilla. Pesaría unos 100 kilogramos en un cuerpo muy ancho y algo alto, robusto, tez morena brillante de grasa y pelo rizado largo en trenza. Ahí estaba vociferando que nos fuéramos, y no es que nos infundiera miedo, pero tampoco ni modo de empujarla.

Como a las dos de la tarde fuimos a la vuelta de la cuadra, donde estaba instalado un piquete de elementos del Ejercito Mexicano. Ahí explicamos al teniente al mando lo que sucedía en la casilla, por lo cual decidió acompañarnos, con varios de sus elementos, armas en mano, para entrar a la casilla cumplir con la tarea informativa.

Al momento de llegar a la casa donde estaba la casilla y tocar a la puerta, abrió alguien y entramos en grupo, el teniente por delante. Para entonces afuera ya se habían acumulado los votantes rechazados y lanzaron una porra cuando entramos a la casilla.

Pero apenas estábamos viendo la mesa instalada donde había boletas y atrás la urnas, en una especie de cochera techada, cuando no se de donde salió la presidenta y a gritos y sombrerazos, en una acción rápida y efectiva, nos mandó a todos nuevamente afuera, con todo y soldaditos y su teniente. Así, con ese descrito enorme volumen y otros que le ayudaron, nos empujaron a la calle.

Entonces las porras se convirtieron en abucheos y durante el resto de la jornada, por más que se hicieron gestiones y peticiones a la autoridad, no hubo manera de entrar a ver que sucedía en la mentada casilla. Hubo mucha gente que no pudo votar en esa, su casilla, y ahí el resultado fue ampliamente favorable al candidato Fernando Baeza, a la postre gobernador de Chihuahua.

Aquella fue la elección conocida como “el fraude patriótico”, pues el entonces Secretario de Gobernación, Manuel Bartlett (hoy descarado amlover), argumentó que el gobierno federal no reconocería en triunfo del panista Francisco Barrio porque eso equivaldría a poner el estado de Chihuahua en manos de los empresarios, de la Iglesia y de los Estados Unidos.

Yo, como periodista que estuvo muy cerca en el proceso electoral de 1986, así como en el de 1992, en Chihuahua, como en muchos otros en varias partes del país en más de 40 años, tengo la idea muy clara de que Francisco Barrio ganó las elecciones de 1986 con un margen mucho mayor del que obtuvo en 1992, con la diferencia de que en en este último caso si llegó a gobernar el estado.

El caso es que luego no crean ustedes que hemos avanzado tanto en procesos electorales, por más que se han gastado carretadas de recursos, primero para ciudadanizar a las autoridades, organismos y procesos electorales, luego para credencializar con carnet de alta seguridad y fotografía personal (como pocos hay en el mundo) a todos los votantes, ni se diga de padrones con foto y papelería, capacitaciones, sume y sume usted todo lo que esto cuesta.

Pero todos esos esfuerzos y gastos se van al pozo cuando esta mañana del 2 de junio llegaron los votantes a la casilla especial en Ciudad Juárez y se encontraron que para poder votar tuvieron que esperar siete horas en la fila. Los que llegaron a las 8 de la mañana salieron a las 3 de la tarde. Primero no abrían, luego desorganizaron las filas y después, poco a poco, muy poco a poco, como en película en blanco y negro y en cámara lenta, fueron sacando la votación.

Nada de eficiencia, nada de capacitación; parece que más bien se trata de obstaculizar el proceso, de ponerle al ciudadano un obstáculo a ver si se raja y mejor se va a su casa a descansar, y un voto menos.

Si están ese día los funcionarios de casilla solamente para recibir a los votantes ¿por qué no lo hacen bien, o medianamente bien? ¿por qué tienen que hacerlo tan mal? Piensa mal y acertarás, decía mu abuelita. Y pues si, a alguien han de favorecer con su actitud.

Y si en este país todas la instituciones funcionan mal ¿de dónde se nos puede ocurrir que ahora las elecciones funcionen bien? Más esta realidad, triste realidad, no justifica las deficiencias y menos aún las malas intensiones.

Hay que destacar el reconocimiento para todas esas personas que se pasaron ahí los horas y que dijeron, aquí me quedo y aunque me desmaye pero yo ahora voto, aguantaron el calor, el hambre, la sed, las filas de pie, el tortuguismo como medida para desalentar, y, pese a todo, votaron.

A media tarde seguía llegando gente a tratar de votar en esa casilla especial y los encargados les explicaban que las boletas destinadas se habían terminado y que la fila aún estaba muy larga, pero que, si gustaban hacer la fila, tal vez hasta podían llegar a votar, porque algunas gentes contabilizadas se habían desesperado y habían abandonado su lugar.

Escuche a varias personas decir: pues haremos la fila, bien vale la pena intentar. Y ahí se quedaron a esperar. Una esperanza. Ojala esa actitud de valor civil tenga su recompensa en democracia.