Mesa de dos patas

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Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ CHIH.- Al estar sentada ahí, en una de las filas más expuestas del estadio de beisbol, frente a uno de los corredores principales, donde todos la veíamos pero a nadie llamaba la atención (o eso simulábamos), me pareció un ejemplo de la indolencia que nos invade con facilidad.

En momentos parecía dormida, en otros quizá daba síntomas de ebriedad, hablaba y gritaba y no se le entendía lo que decía, se dirigía a uno pero su mirada estaba perdida, también pareciera que tendría alguna afección mental; su cabello maltratado y mal peinada, vestida con ropa raída y sucia, calculo que tendría más de 50 años de edad, estatura muy baja, piel morena por el sol, bastantes arrugas en su cara, le faltaban algunas piezas dentales.

La señora permanecía ahí en una butaca del estadio; nadie se atrevió a sentarse junto a ella, quedaron dos o tres espacios vacíos a cada lado de donde estaba; continuaba gritando esporádicamente como preguntando algo, pero entre su incongruente pronunciación y el altísimo volumen del sonido del estadio no se entendía lo que decía.

Pasaban constantemente los vigilantes y más aún los vendedores, además de los aficionados en continuo movimiento por la zona, pero todos hacían como si la señora no estuviera; solamente la veían de reojo.

  • ¿Está dormida o está tomada? Preguntó al rato un vendedor de frituras.
  • Parece que ambas cosas.

Finalmente, como a la tercera entrada de este partido de beisbol lento, repentinamente se fue y no supimos más de ella. Todos enfrascados en lo nuestro y el mundo rueda.

Miles, tal vez millones de casos habrá en nuestro país como el de esta señora -y con el deterioro económico galopante serán cada vez más. Claramente es así-. Y no podemos hacer gran cosa para socorrerles, acaso darles una moneda o alguna ayuda, si disponemos de recursos.

Como personas, al menos nos toca reflexionar acerca de cómo es que llegamos a las situaciones, pues de no hacerlo así estaremos abonando a una sociedad cada vez menos pensante, que por desgracia parece dominante en la actualidad.

El historiador y literato ruso Alexander Solzhenitsyn, quien denunció las atrocidades del sistema soviético y estuvo prisionero en campos de concentración por más de 10 años, y nunca dejó de ser crítico, aún de la cultura occidental (que lo premió con el Nobel de la Literatura en 1970) dejó la siguiente frase contundente: “La precipitación y la superficialidad son la enfermedad mental del siglo XX y más que en ningún otro lugar esta enfermedad se refleja en la prensa”.

Pues ya vamos completando el primer cuarto del siglo XXI y el concepto sigue siendo exacto, solamente con la adecuación de que ahora la citada enfermedad se refleja en la prensa y también y muy especialmente en las llamadas redes sociales; podemos afirmar que estas son la prensa de hoy y del futuro.

Los medios de comunicación han cambiado, se están transformando vertiginosamente, pero la base es tristemente la misma: la carencia de fondo y de análisis, la falta de seriedad en los enunciados y pronunciamientos, las acusaciones sin fundamento, el escándalo, la mentira, la sangre, el chisme, y pare usted de contar porque no vamos a acabar nunca.

No digo que no haya comunicadores serios y honestos, y buenos medios de comunicación; si los hay, pero desde hace ya años en nuestro país son franca minoría y la mayoría trabajan por fines personalistas, convenencieros y hasta funestos, siempre del lado del poder y muchas veces viviendo del erario público y/o de la franca extorsión; vendidos a intereses.

Y tampoco es que este mal endémico de la corrupción sea exclusivo de los medios de comunicación, para nada, se pasea campante por la mayoría de los sectores de la sociedad, y ahí es cuando muchas veces nos preguntamos cómo es que llegamos a esta lamentable situación.

Entre las personas mayores de 50 años es muy común que se presuma de que están siendo la última generación que creció con valores familiares, que respetaban y atendían lo que les decían y enseñaban sus padres y maestros, que dejaban las cosas en su lugar y que cerraban las puertas que les tocaba abrir y muchas otras formas y reglas de urbanidad que ya entre las nuevas generaciones no existen.

Al analizar esta realidad yo lo que concluyo es que antes de añorar el pasado y presumir lo que fuimos, deberíamos preguntarnos que es lo que nos falló para que, habiendo recibido esas enseñanzas de nuestros antepasados, no hayamos sido capaces de transmitirlas con eficacia a nuestros descendientes.

Desde luego que el asunto de la transformación social es un fenómeno muy complejo y universal que requiere estudios profundos para tratar de encontrar soluciones verdaderas en las comunidades, pero lo que si me queda claro a mi es el deterioro de la educación en nuestro querido México, factor que indudablemente influye en lo que nos pasa.

Escuché con interés el planteamiento de especialistas acerca de que la educación es como una mesa de 4 patas: Una de ellas es el conocimiento de conceptos que se transfiere directamente a los alumnos. Otra es el descubrimiento y desarrollo de habilidades técnicas de las personas. Una más es el fomento de la capacidad de pensamiento y análisis de los educandos, para que su intelecto madure y crezca. Y otra pata de la mesa son los valores humanos y comunitarios que se imparten a los alumnos para que sean mejores como individuos en conjunto.

De acuerdo a como andan las cosas en nuestro país, esta mesa metafórica de la educación tiene una pata, que es la de la transferencia de conocimientos, y eso aún muy cuestionada en su calidad. Podemos conceder que en los últimos tiempos se ha trabajado en otra de las patas, que sería la de habilidades técnicas, pues la demanda industrial ha llevado a avanzar en este tipo de educación.

Pero de las otras patas, mejor ni hablar. No existen en nuestro sistema educativo. Como todos sabemos, es imposible que la mesa se sostenga en dos patas, Así andamos.