Por Luis SILVA GARCÍA
CHIHUAHUA CHIH.- Una mañana de un día normal de trabajo en Estocolmo, Suecia, un visitante mexicano se dirigía al metro para trasladarse a varias partes de la ciudad y conocer sitios atractivos e históricos. Al llegar a la estación en el centro de la ciudad capital del país se encontró con que había largas filas para entrar a los andenes, pues era la hora en que se transportaban trabajadores y estudiantes en grandes cantidades.
Nuestro paisano tomó un lugar rumbo a uno de los torniquetes de entrada y, aunque la fila avanzaba con rapidez, pudo observar que, además de la larga hilera de torniquetes automáticos por donde la gente pasaba su boleto de entrada, había, a su mano derecha, un torniquete que se encontraba vacío; nadie cruzaba por ahí.
La curiosidad le ganó y, como tampoco tenía mucho apuro aquella mañana, decidió buscar una explicación para el torniquete que nadie usaba. Vio a una joven altísima, de piel blanquísima y cabello largo doradísimo, vestida con pulcro uniforme y aparentemente supervisando que todo fuera en orden; como si hiciera falta, cuando todos los que entraban al anden se movían con casi aparente disciplina de marcha militar, sin empujar y sin parar a la vez, de una manera fluida y al mismo tiempo muy natural.
Qué mejor oportunidad podría presentársele al joven mexicano para abordar a una chica sueca:
–Oiga, disculpe, una pregunta ¿por qué toda la gente hace fila para entrar en los torniquetes y este torniquete de aquí permanece vacío?
–Ah, es porque todos sabemos que debemos pagar nuestro boleto de pasaje y pasar por los torniquetes, pero este espacio que ahora está vacío es gratuito, para que si alguien, por el motivo que sea, no trae boleto o no tiene dinero para el boleto, pues puede entrar por este torniquete sin boleto.
Vinieron a la mente del joven las escenas de amontonamiento que se formarían en las estaciones de transporte de su país si alguien supiera que hay un espacio para pasar sin boleto y sin pagar, “todos al abordaje y al aprovechamiento de la oportunidad gratuita”, pensó. Y preguntó a la amable empleada del metro sueco.
–¿Y que pasa si alguien que tiene dinero para el boleto no lo compra y viene y se pasa por el torniquete gratuito?
La chica sueca entornó sus transparentes ojos azules y dijo:
–¿Y por qué alguien habría de hacer eso? No veo que haya ningún motivo para eso.
La anécdota es una muestra de un valor que tienen las sociedades con educación y cultura de buen nivel, y ese valor se llama honestidad.
En un viaje por Washington DC me tocó ver un vagón del metro con espacios diferentes, adaptados para acomodar bicicletas y carreolas para bebés. Pregunté como funcionaba ese servicio y me explicaron que en realidad era muy sencillo: pones ahí tu bicicleta o tu carreola y ahí permanece hasta que pasas a recogerla, que puede ser en el mismo viaje o más tarde, o hasta otro día, solamente hay que dar seguimiento al vagón en el sistema del mismo metro para ver cuando lo encuentras en esta misma estación o en otra que acomode, de acuerdo a las necesidades de los usuarios.
Yo pregunté si te daban alguna contraseña cuando dejabas ahí tus pertenencias y la persona que me explicó, que siempre había vivido en esa ciudad, me dijo que no, simplemente ahí la dejabas y luego cada quien sabia cual era lo suyo, “como en Londres –me dijo– cuando dejas tu paraguas al entrar a un restaurante o a una tienda, ahí en la canasta que ponen para eso, luego sales y lo recoges, cada quien sabe cual es el suyo”.
Pues igual, si no hay honestidad esto no funcionaría.
Y en México también hay ejemplos, o al menos los había hasta hace algún tiempo. Me platicaba una señora como es que hace unos 50 años, su Papá, que se dedicaba al comercio por pueblos de la región serrana, tenía éxito en su negocio, ganaba buen dinero y entonces cuando llegaba de sus viajes no les daba dinero a sus hijos, sino que ponía una cajita en una mesa, llena de monedas de todas denominaciones, de donde los hijos tomaban lo que necesitaban para ir a la escuela, transporte, o algo que comer, pero nadie tomaba de más, no había motivo para ello.
A la mayoría de los chicos de hoy pónganles al alcance una caja con dinero y van a ver como hasta la caja desaparece.
Yo se que todos tendremos ejemplos de honestidad en nuestra vida, pero también se que en mucho mayor número vemos a diario ejemplos de deshonestidad y muchas veces las personas y ni saben gran cosa de este, como de otros valores, necesarios para el crecimiento sano de nuestras comunidades.
Los valores se han deteriorado junto con la educación en nuestro país.