Llave perdida

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Por Luis SILVA GARCÍA

Cd. Juárez, Chih.- A los campamentos que la gente de Caro Quintero había instalado en Falomir, en noviembre de 1984, en el desierto de la región oeste del estado de Chihuahua y en las cercanías del cauce del Rio Conchos, rumbo a la desembocadura en el Rio Bravo, los periodistas llegamos antes que la policía y el Ejército, como sucedió, por más inverosímil que parezca, en varios de los sembradíos de marihuana por aquellos días. Acudimos nuevamente ante la denuncia de una llamada anónima de quienes se dijeron vecinos de la zona.

Fuimos muy temprano por la mañana mi compañero el fotógrafo Alfredo y yo por la brecha donde ya deambulaban personas desde adolescentes hasta de edad madura, aparentemente sin saber hacia donde; eran los que trabajaban en la que les dijeron sería pizca de la manzana, que en realidad resultó un campamento forzado para secar y empacar marihuana. Los jefes del negocio ya habían huido y los trabajadores buscaban como salir del lugar para ir a sus hogares, en otros estados.

A medio camino encontramos un automóvil de lujo, sería un Ford Grand Marquis de modelo muy reciente, estacionado a un lado del camino de tierra, con las ventanas abiertas y sin nadie que lo ocupara. Paramos a ver que pasaba y observamos que estaban las llaves en el interruptor y nadie había por el lugar. Me dijo Alfredo: pues nos lo llevamos, trae mucha gasolina, pero yo le contesté: no, venimos a otro asunto, cierra los vidrios y los seguros, tráete las llaves, ya daremos cuenta de esto; seguimos nuestro camino.

Cuando llegamos al campo marihuanero encontramos mucha gente de aquí para allá y de allá para acá; decían que los jefes los dejaron ahí abandonados, que no sabían ni donde estaban y que querían regresar a sus lugares de origen, que eran todos de otros lugares fuera de Chihuahua.

Había mucha gente caminando constantemente por el predio de tierra, junto a los tejabanes donde trabajaban y otras barracas en las que dormían, todas muy rústicas. Encontré, ahí entre la tierra, un llavero con una llave, era del Hotel Mirador de la Ciudad de Chihuahua, de la habitación número doce; la tome y me la guardé en la bolsa del pantalón.

Reporteamos lo que había que reportear y regresamos hacia la ciudad capital. De regreso por la brecha nos topamos grupos del Ejército que iban hacia Falormir, era la primera autoridad que arribaba al lugar, y ahí llevaban el automóvil Grand Marquis que antes habíamos encontrado; me reprendió mi compañero fotógrafo y me dijo, “ves, ya nos lo ganaron”. Yo sostuve mi posición de que no se trataba de una rebatinga ante estos acontecimientos ligados con el narcotráfico y que nuestra tarea era la del periodismo y hasta ahí.

Por esos días seguimos publicando varias notas sobre el tema, que daba mucha tela de donde cortar, y fuimos al Hotel Mirador a ver que pasaba con esa habitación número 12, cuya llave me encontré en Falomir. Luego de una tarea nada fácil para convencer a las encargadas del Hotel pudimos colarnos, no sin temor, a la habitación. Nos rebelaron que estaba a nombre de Manuel López, pagada por adelantado por todo el mes, y en ese esquema venían pagando desde hacía varios meses, pero además dijeron que hacía varios días que la persona no iba por el hotel.

Encontramos en la habitación documentos que comprobaron que se trataba de un agente de la Dirección Federal de Seguridad.

Días después se dio a conocer oficialmente la noticia del hallazgo de ese campo marihuanero de Falormir, que nosotros habíamos visitado antes, y entonces las autoridades, incluyendo las federales, negaron saber con anterioridad del negocio de Caro Quintero, sin embargo, con el hallazgo de esta llave, tuvimos la certeza de que al menos este agente de la Dirección Federal de Seguridad estuvo en Falomir antes de que nosotros llegáramos, y por tanto conocían lo que ahí pasaba antes de que se hiciera público.

Así lo publicamos y juzgamos que no se podía hacer más, pues denunciar era prácticamente inútil, si no que hasta riesgoso. Guardé la llave en mi escritorio, con su grande llavero de plástico del Hotel Mirador, con el número 12, y ahí se quedó en el olvido.

En mayo anterior, en ese mismo 1984, el periodista Manuel Buendía había sido asesinado en la Ciudad de México y se comprobó que los autores intelectuales del asesinato fueron altos mandos de esa célebre y nefasta Dirección Federal de Seguridad, quienes simplemente mandaron a un matón de bajo nivel a realizar el crimen. Fue el primer asesinato notorio de un periodista en México, y se trataba de un columnista que especialmente había sido crítico de las componendas del poder con el crimen organizado.

Lugo vino el golpe al negocio de marihuana de Caro Quintero en Búfalo, Falomir y otras zonas de Chihuahua, y un tercer acontecimiento se daría en febrero de 1985, que fue la muerte del agente de la DEA, Kiki Camarena, y el piloto Zavala, quienes habían sobrevolado el territorio chihuahuense con anterioridad. Caro Quintero los mandó matar por haber denunciado sus actividades. Los hechos tienen un hilo conducente que corrió por la podredumbre de las autoridades en México, sin duda.