Coincidencias

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Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ CHIH.- Hay coincidencias de todo tipo, unas grandes, otras pequeñas, unas memorables, otras ignoradas, pero en el cosmos de la creación, de acuerdo a las teorías de profundidad mental, si una estrella se mueve en una lejanísima constelación, es porque un grano de arena se acomodó en una playa de nuestro planeta. Todo esta conectado; solo así se comprende la evolución desde la materia inerte hasta la inteligencia.

En el mes de septiembre de 1930, apagada ya la Revolución Mexicana pero aún muy encendido el fuego de las luchas internas en el país, nació Conchita, en un estado de la zona central, en una pequeña ranchería, donde vivió su niñez y hasta parte de su juventud, con las limitaciones propias del medio rural de la época, pero con las ventajas que hoy las ciudades no tienen: campo sano, aire puro, sonidos naturales, la felicidad de los niños correteando sin más riesgo que un golpe por accidente, y a seguir riendo con alegría.

Pero un día, antes de llegar a la veintena de años de edad, cuando estaba en plena flor de su vida, apareció un hombre mayor que la bella jovencita, quien puso sus ojos de macho en Conchita. Se la robó y ahí va ella a la capital del país, sometida al yugo del hombre, a parir hijos y vivir en miseria por muchos años. La felicidad se fue y la amargura llegó en la figura de sirvienta que le asignó este hombre a su esposa.

Así fue conformándose su vida y la mujer abnegada nunca dejó de servir a los suyos ni al marido, de quien habría sido víctima por varios delitos hoy tipificados, pero que en el México de entonces se acostumbraban como derecho a los maridos sobre las esposas.

Vinieron tiempos mejores, pues este señor logró éxito en su trabajo, construyó la casa familiar en una colonia de la Ciudad de México y juntó algo de dinero, pero el maltrato a la mujer nunca cesó, nunca, le daba recursos más allá de los que fueran estrictamente para servirle alimento y darle vestido a la familia.

Pero eso si, la exigencia a Conchita era apabullante: allá ella donde se quedará una manchita o una arruguita en la ropa del señor, o donde el plato de comida no estuviera a la temperatura del agrado del jefe de la familia. Aquello podía terminar hasta en golpes porque el concepto era que la mujer era culpable de todo.

Y así fue cuando las hijas resultaron embarazadas: el reclamo fue para Conchita y recibió una golpiza en cada ocasión, pues el aderezo de ese machismo descrito era el alcohol, vicio permanente del señor de la casa.

De esa forma transcurrió la existencia hasta que llegó la vejez y un día el señor murió. Desde entonces Conchita vive tranquila, ya liberada del yugo que le arrebató tantos años de su vida, pero ahora, ya a sus 94 años, finalmente siendo libre. Muchos piensan que ha perdido memoria con los años, pero en realidad su cerebro esconde lo que tiene que esconder, esos tiempos de sometimiento. Finalmente es justamente feliz.

En el mismo año de 1930, solamente con menos de un mes de diferencia, pero a muchos kilómetros de distancia, en un pueblito del desierto muy al norte del país, nació Filiberto, hijo de un exmilitar de la Revolución y de una comerciante, que vagaban por varias poblaciones en busca de asentarse en un lugar donde darle casa y sustento a sus hijos.

El papá siempre fue un trotamundos y la mamá se dedicaba más al puesto de verduras que tuvieron en una ciudad recientemente fundada, de manera que a Filiberto lo criaron más sus hermanas mayores.

Tuvo una infancia con carencias, pero igualmente libre de los riesgos de las comunidades grandes, pues la ciudad agrícola en desarrollo permitía a los niños crecer entre la escuela y los partidos del deporte regional: el beisbol, principalmente.

Filiberto forjó su existencia por su cuenta, disciplina e inteligencia, y gracias al deporte tuvo trabajo y amigos que le acompañaron hasta los 92 años de edad en que falleció de forma natural.

Formó su familia y llegó a destacar en sus trabajos y actividades hasta jubilarse y sobrevivir por más de 30 años, que le llevaron a ese estado de sabiduría y paz que solamente la experiencia y vida positiva conceden a los seres humanos.

Conchita y Filiberto nunca llegarían a cruzarse en sus vidas, pero en ellos no solamente hay la concordancia de año, país y cercanía de su día de nacimiento, sino que de su descendencia surgieron dos personas que forman un pareja feliz y que reconocen los grandes méritos de sus antecesores.

Si le busca uno un poquito, en cualquier historia de vida encuentra el sentido de la humanidad, el camino de la evolución, el hilo que nos une a todos, por el que una estrella que se mueve en el firmamento, un grano de arena se acomoda en la playa.

Nos toca aprender de los que nos preceden para, de ahí, sobre sus hombros, mirar al futuro y ser mejores. Para eso hemos sido creados todos.