Por Luis SILVA GARCÍA
CD. JUÁREZ CHIH.- La doctora que presta sus servicios en el sistema público de salud estaba esa mañana sumamente enojada, trinaba de coraje, diría mi abuelita.
Uno cuando va a la cita médica no esperaría encontrar a quien le atiende con esos elevados niveles de estrés, diría un milenian, sino que más bien va uno a encontrar el apoyo, la respuesta a las inquietudes sobre las dolencias que acarrea; hasta la paz espera uno encontrar con la visita al médico.
Cuando finalmente la asistente mal encarada y de peores formas me dio el paso al consultorio, entre y salude con gusto, pues la doctora que me corresponde en la cita de medicina familiar ya me ha atendido desde hace tiempo y de muy buena manera. Creo que es una excelente profesionista, con gran preparación, amplio sentido humano y sobre todo con vocación de servicio a la comunidad.
Pero esa mañana se veía extraña. Para empezar, portaba un cubre bocas negro de alta eficiencia, que evocaba más a algún personaje ficticio tipo El Zorro (como un bandido, ándale), antes que su imagen de doctora pulcra que siempre luce.
Enseguida me di cuenta que padecía algún problema bronquio respiratorio, pues en dos ocasiones pidió disculpas y pasó al sanitario a toser.
— Usted no debería estar trabajando, debería estar en su hogar atendiéndose y descansando, para cuidar los riesgos y hasta posibles contagios. Le dije.
— Ande, si tengo que sacar las 26 consultas que me exigen en la jornada matutina. Contestó con resignación.
Ni siquiera me había pasado a la toma de nivel de presión y entendí que su malestar no era solamente el de su padecimiento.
— Estoy muy enojada. Confesó.
Y es que antes de que yo pasara a mi consulta, una señora ya entrada en años, con problemas evidentes de motricidad, llegó a preguntar por el medicamento para la diabetes que padece, porque en la farmacia le dijeron que no había.
La doctora la recibió entre consulta y consulta y, con enorme frustración, tuvo que informar a la señora que no hay medicamento que le pueda recetar, pues la Dapagliflozina ya no la están surtiendo, y del medicamento con el que la van a suplir, que es la Empagliflozina, solamente surtieron tres mil dosis, que se agotaron rápidamente con los enfermos cardiacos y renales de mayor urgencia.
Pues no hay que darle a la señora y no le quedó a la doctora más recurso que enviarla a su casa sin remedio y decirle que espere a la siguiente consulta a ver si llega medicamento. Aunque eso era un autoengaño, pues la propia doctora repasaba mentalmente lo que a ella misma le habían dicho ahí en farmacia: que ya no va a haber nada hasta enero.
Pobre gente, meditó, con su enfermedad, sin medicina y sin dinero para poder comprarla en farmacias particulares, donde este medicamento cuesta unos 1.500 pesos. Por eso el coraje se iba apoderando de su estado de animo.
Y es que además de que no hay medicina, el sistema digital de recetas ni siquiera permite a los médicos emitir esta prescripción, de manera que los paciente o sus familiares puedan estar dando vueltas a la farmacia de la clínica para ver si llegan a surtir esos medicamentos.
Es muy frustrante atender a los pacientes, verificar su estado, y luego no poder otorgarles el servicio porque la lista de medicamentos faltantes en en el servicio médico público es cada día mayor.
— Ni crea que es solo la Dapagliflozina (me explicó a mi, que también soy diabético), falta también Liraglutida, Insulina, Amlodipino, Atorvastatina, Paracetamol, Celecoxib, Desmopresina, Fluticasona, Ceftriaxona, Cabergolina, Alprazolam, Rivaroxaban, Levetiracetam, Pregabalina, Ezetimiba, Hidroxicarbamida…
Se aventó la lista de corrido y de memoria, y desde las primeras enunciaciones se ha de haber dado cuenta que yo no entendía nada, pero le escuché con respeto y con la idea de que su expresión fuese al menos una fuga de su infortunio y quizá hasta una especie de denuncia,.
— Lo malo es que ni puede uno hacer nada, nos tienen aquí con las manos atadas, cuando enfrento una situación de este tipo, lo único que puedo hacer es poner un reporte en el sistema, y para ello tengo que detener la consulta y elaborar el formato donde corresponde, lo cual afecta el ritmo de las consultas que son como de a 15 minutos por cada una, para poder cubrir la cuota diaria de atención. Trabajamos a destajo y sin armas.
Ahora si comprendí su coraje: yo entré con mi saludo optimista en el preciso momento en el que la doctora veía salir a la señora enferma, muy enferma, sin poder darle una esperanza y la ayuda que le corresponde.
Todos los años de estudio y preparación, todo el ímpetu de una vocación de ayuda, se van por el resumidero ante la irrefutable y triste realidad de un sistema de salud cada vez más deteriorado, como es el mexicano. Y eso si que que ha de dar mucho coraje.
— Esto se esta cayendo en pedazos, dije, y luego la desgracia se convierte en normal y ya nadie ve o da importancia al abandono.
Le platiqué a la doctora como, a un funcionario de la misma institución en que ella labora, le informé que los mingitorios de los baños ya no estaban, fueron retirados y hay cartones mal pegados en su lugar, y en general todos los muebles y paredes de los sanitarios están muy destruidos; y esta persona de inmediato me contestó: si, vieras como es destructora la gente.
La doctora, ante la anécdota, pese a la gruesa máscara, no pudo ocultar la risa sarcástica y añadió: si somos nosotros, la misma institución, quienes debemos velar por el estado del edificio y por la tención a la población, pero ya está viendo como vamos.
El tiempo de mi consulta ya había vencido, me dio mis recetas, ya ni me dijo como andaban mis datos, aunque supongo que van bien; y mucho más que bien me sentí cuando vi que la charla y desahogo sirvió para que la doctora recompusiera el semblante y tomara fuerza para seguir con su labor diaria.
— Al salir, mándeme al siguiente paciente, por favor; se despidió.
Ah, pero en la conferencia de prensa mañanera tienen otros datos y afirman que la escasez de medicamentos es falsa. No tienen vergüenza.