Por Luis SILVA GARCÍA
CD. JUÁREZ.- Durante el año de 1985 viajamos a Zacatecas en su automóvil, que no era lujoso, apenas útil para el servicio desde la ciudad de Chihuahua, y es que el profe muy amablemente propuso hacer el trayecto en su carro familiar, de unos diez años de uso, ya que era la forma más económica de ir los tres involucrados al evento de la Fundación Manuel Buendía.
Meses antes habíamos establecido en Chihuahua el capítulo local de dicha fundación nacional, que se integró mayoritariamente por periodistas, pero también por académicos y activistas, eso si, todos de mentalidad liberal.
La iniciativa llegó de la Ciudad de México por parte de Miguel Ángel Sánchez de Armas y de Raúl Trejo Delarbre, quienes buscaron organizar a los involucrados en la tarea de la comunicación en México, precisamente después de asesinato del columnista Buendía.
Antes a los periodistas no los mataban, no hacia falta, a la mayoría los tenían comprados; pero de ninguna manera había organización entre los agremiados. En el 84 ya iniciaban los atentados y habrá que buscar aglutinarse, sobre todos para culturizarse.
A los periodistas de acá del país bárbaro del norte, nos acercaron mucho a los maestros organizados del centro el fotoperiodista zacatecano Pedro Valtierra y el periodista cultural Víctor Roura (con ambos compartí tareas en el periódico La Jornada). Les encantaba venir acá a dar sus cursos y pláticas, a compartir sus conocimientos y experiencias con estos reporteros mostrencos que nos desempeñábamos en los medios locales por esos ayeres.
Ese mismo 1984 en que asesinaron al periodista (30 de mayo) se estableció la Fundación AC, en México, y enseguida el Capítulo Chihuahua (primero de provincia), que sumó, como ya dije, además de periodistas y algunos de sus familiares, a maestros universitarios, líderes colonos y artistas. En la asamblea constitutiva fui electo como presidente.
Pues ahora me tocaba allegar apoyos y recursos para hacer algunas actividades, y así encontré en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua un espacio que sería casi histórico, por lo que permitió en los siguientes años para el periodismo local.
Ese día que viajábamos por carreta a Zacatecas, y ahí por las muy áridas tierras desde Jiménez hasta Rio Grande, las anécdotas y repaso de andanzas fueron muy nutridas: el carro citado en el primer párrafo era el de Francisco Flores Aguirre, quien iba al volante (que ya había sido Director de Filosofía y Letras en la UACH y continuaría en su labor académica, como siempre los hizo), y un servidor en el lugar delantero a su derecha.
En el asiento trasero iba Ramiro De los Santos, más conocido por su apodo de “El Chiris”, exsacerdote regiomontano, de inusitada chispa, que participó de lleno en movimientos populares y, una vez retirado del ministerio, vino a integrarse a nuestro equipo de reporteros en Novedades de Chihuahua. Como Pancho también había estudiado Filosofía en seminario religioso, pues hubo mucho que compartir en ese trayecto, sin dejar de mencionar el estilo muy jocoso de ambos personajes, con los que me tocó compartir la cabina de viaje en esa ocasión. Los tres éramos la flamante directiva del Capítulo Chihuahua de la Fundación y llegamos a Zacatecas muy cansados de reír, pero yo con algo más de sabiduría, indudablemente.
Habíamos hecho ya actividades por parte de la Fundación Buendía en Chihuahua, como un curso de periodismo que impartió Víctor Roura, ahí en Filosofía y Letras, a reporteros activos, con el propósito de incrementar el nivel académico, ya que en Chihuahua no había escuelas de periodismo. Ya existía la escuela de Comunicación de la UACH en Cd. Juárez, era incipiente, y me dicen los que por ahí anduvieron que en esos años se enseñaba a todo, menos a comunicar y mucho menos aún a redactar. Entonces habría que buscarle.
Inclusive llegamos a editar un periódico, órgano de información del Capítulo Chihuahua de la Fundación, se llamó Traspatio (de ahí sale el nombre de nuestra actual pagina Facebook), aunque su existencia fue efímera.
No había recursos, y entonces recurríamos a los amigos: Roura vino a dar el curso por una cuota simbólica; y el hotel, alimentación y avión fue por cuenta de la UACH; y así se armaban los eventos. A Valtierra lo aprovechábamos cuando venía a visitar a sus familiares (su hija pequeña vivía en Chihuahua porque su exesposa era de acá) para que diera charlas a los fotógrafos y reporteros locales.
Se organizó a nivel nacional el Primer Premio de Periodismo Manuel Buendía y se contó únicamente con la colaboración de 4 universidades, UNAM, UAZ (Zacatecas), UAS (Sinaloa) y UACH, y esta última gracias a el Maestro Francisco Flores Aguirre. (Ese premio me parece que, si subsiste, cayó ya en manos del oficialismo, como tantas otras iniciativas. Vamos para atrás).
Hacia finales de los 80s y gracias a estas actividades y al poyo de Pancho Flores, se logró establecer en la UACH la carrera de periodismo, por única ocasión y exclusiva para trabajadores de los medios de comunicación; así, un gran número de compañeros lograron tener un título en la profesión que ya ejercían y, sobre todo, pudieron superar su nivel para seguir practicando el periodismo. Con el tiempo, esa iniciativa empujó hacia lo que hoy es una realidad: la Escuela de Periodismo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH.
En aquella ocasión que hoy rememoro fuimos a Zacatecas a una jornada cultural organizada por la Universidad Autónoma de Zacatecas, en conjunto con la Fundación Manuel Buendía, que incluyó conferencias, eventos artísticos y la inauguración de una sala de fotografía en el museo Coronel, con placas de Pedro Valtierra.
Una noche, al término de las actividades, Pedro Valtierra nos invitó a visitar a unos amigos enólogos, una pareja que estudiaron en Francia y luego regresaron a tierra zacatecana, adquirieron un antiguo convento abandonado, y ahí instalaron su planta productora de vino de una extraordinaria calidad.
Ahí estuvimos Pancho, Chiris y yo, sirviéndonos directamente de una llave de los barriles de vino y escuchando las historias, que decían que había cadáveres de las monjitas enterrados en las paredes del que fuera el convento, hasta que nos cansamos de tomar vino y nos fuimos, copa en mano, caminando por las calles empedradas hasta el hotel.
Me acuerdo que Pancho me dijo “no nos vaya a detener la policía”, y yo le contesté: “no te preocupes, venimos con un personaje muy reconocido y apreciado aquí”, que era Pedro; y si, apareció la policía, pero solamente para resguardarnos de lejos hasta que entramos al hotel.
Al día siguiente continuaron las actividades y por la mañana me pidieron que acompañara a Valtierra al aeropuerto, para recibir a la escritora Cristina Pacheco, quien tenía una conferencia por la noche.
De regreso a la ciudad Cristina pidió que la lleváramos a recorrer el centro, y ahí andamos, nuevamente copa de vino en mano, recorriendo las calles del mineral, labor que nos llevo el resto de la jornada, incluyendo la comida.
Llegamos al auditorio poco antes de la intervención de Cristina y de inmediato mis compañeros, Pancho y Chiris, me reprendieron por no aparecer en todo el día, y le dije:
— Pues que no me mandaron al aeropuerto por Cristina Pacheco, pues ahí está.
— Pues si, pero no era para que te desaparecieras todo el día, reclamaron.
— A poco creen que iba a preferir estar oyéndolos a ustedes, y perderme la oportunidad de recorrer las maravillosas calles de Zacatecas, a la escucha de la poesía de Cristina Pacheco y al aprecio de la sensibilidad del artista de la lente que es Pedro Valtierra, ¿cómo creen? Les agradezco profundamente que me hayan enviado a gozar de un estupendo día en Zacatecas con estos personajes.
(Ramiro “El Chiris” falleció hace años en Monterrey; Pancho se nos acaba de ir; quedan estas palabras como humilde y sentido reconocimiento a sus personas).