Por Luis SILVA GARCÍA
- Le voy a servir un caldito de pollo, Madre
CD. JUÁREZ CHIH.- Dijo la señora, muy amablemente, a la religiosa ya entrada en edad, a todas luces extranjera, enfundada en un hábito negro que le cubría todo el cuerpo, a excepción de la cara, manos y ligeramente el cuello; la cabeza la arropaba una toca igualmente negra, de forma cuadrada, que caía ligeramente por la espalda, y al frente tenía un marco blanco tieso, de tela muy cuidadosamente almidonada, tanto que bien podría pasar por cartón duro. Eran los hábitos religiosos de antes del Concilio Vaticano II, porque esto sucedía apenas arrancaba la década de los 1960s en Ciudad Delicias, Chihuahua. Siempre la Madre exudaba bondad, sabiduría y hasta santidad.
— No, pollo no. Contestó de forma inusual y abrupta la religiosa, casi hasta con un gesto de desprecio; algo muy inesperado en su personalidad.
Entre el muy escaso español que le permitía su origen checo-austriaco y su idioma alemán nativo, su instintiva respuesta podría parecer hasta grosera.
Pero no cometamos el error de ignorar que, para juzgar una conducta del ser humano, siempre hay que tomar en cuenta el contexto.
La Madre Superiora de la Congregación Hermanas de la Caridad de San Carlos Borromeo, Canisia Malzer (nombre adoptado por San Pedro Canisio, netherlandés considerado patrono de la prensa religiosa; ella, de pila, se llamaba Elizabeth) nació a finales del siglo 19 y llegó a México en 1952, cuando ya había hecho toda una vida como religiosa y auxiliado a gente necesitada, pero le esperaba una nueva y fructífera faena en el continente americano, adonde arribó con su prima, la también religiosa Claudia Fellner, para abrir hospitales, asilos y casas hogar de la congregación por este lado el charco.
La Madre, desde muy joven se tituló como enfermera, y trabajó auxiliando a gente desamparada en su lugar de origen, una población del centro de Europa que, con los cambios políticos de aquella época, luego era de Checoslovaquia, luego del Imperio Austro Húngaro, luego de Austria, luego de Alemania, hasta que llegó la Segunda Guerra Mundial.
La Madre Canisia, que ya pertenecía a la congregación religiosa, fue apresada, junto con decenas de sus compañeras, y fueron llevadas a un campo de concentración nazi donde permaneció por cuatro años.
Eventualmente aprovechaban sus conocimientos de enfermería, pero la tarea que más le impusieron los gendarmes nazis a esta religiosa, y como un castigo, fue la de pelar pollos, de manera que pasó muchísimos días, semanas y meses con sus manos en agua caliente y quitando plumas a los pollos; y el hedor que saturaba los insalubres galerones en que hacía esta tarea nunca se ausentó del olfato de la Madre.
Por esto es que pollo, no comía, ni quería siquiera olerlo a lo lejos, porque le traía los amargos recuerdos de la reclusión en el campo de concentración de la guerra.
Ella siempre agradecía a Dios porque le protegió y sobrevivió a la guerra, y así, junto con algunas 200 religiosas que estuvieron retenidas, al fin del conflicto fue expulsada de Praga, Checoslovaquia, y llegó a Viena, Austria, donde trabajó con la congregación religiosa y se fue interesando cada vez más en la medicina, tanto la alópata, como la homeópata y varias corrientes alternativas entre las que podemos citar la iridología, fotoaura, medicina naturista y especialmente la radiestesia, en la que fue más que maestra.
Cuando llegaron a Delicias quedaron como encargadas del hospital de la reciente población, que fue fundada en 1933, y ese hospital fue donde mismo que hoy opera el Hospital Regional, junto al IMSS; ahí reclutaron a quienes, con el tiempo, fueron las primeras hermanas de esa congregación en México, entre ellas la Madre Aloisia García, (nombre adoptado del latín, Luisa, por San Luis Gonzaga, ella de pila de llamaba Carmen) que se convirtió en compañera inseparable de la Madre Canisia por el resto de su vida.
La Hermana Aloisia platicaba su asombro cuando se entrevistó por primera vez con la Madre Canisia, pues ella no hablaba ni una palabra de alemán y la madre casi no hablaba español.
— ¿Cómo fue que nos entendimos? pregúntale tu al Espíritu Santo -narraba la Madre Aloisia-, no encuentro yo explicación, pero nos entendimos, y así fue como me integré al noviciado para entrar en la congregación.
La Madre Canisia tenía un don de lenguas, pues igual se entendía con los tarahumaras en la sierra de Chihuahua, que con los zapotecos en Veracruz, o con los miskitos en Nicaragua, sin conocer los dialectos; más aún, conversaba y se entendía con políticos mexicanos, sin compartir con ellos ni mucho el idioma y, con la gran mayoría, para nada los principios.
Por algún motivo inexplicable y que absolutamente desconozco, me seleccionó, siendo yo muy joven, como una especie de su intérprete, sin saber yo un solo vocablo de alemán y ella que nunca dominó el español con amplitud.
Me tocó acompañar a las dos religiosas a una reunión con el gobernador de Chihuahua Oscar Flores Sánchez y su Secretario Particular, Fernando Baeza Meléndez, para solicitar apoyo a las obras y operaciones del hospital de Norogachi, el asilo, Hospital San Vicente y la casa hogar de Parral, que estaban bajo el cargo de la congregación, y siempre había penurias.
Mientras la Madre Aloisia platicaba con los políticos, yo tenía que “traducir”, explicar a la Madre Canisia lo que se estaba conversando; luego, cuando ella quería expresar algo (y que lo hacía con continuidad y con autoridad en la reunión), me lo decía y yo a la vez se lo comentaba al grupo. ¿Qué tan fiel sería mi “traducción”? No lo se, pero se obtuvieron los apoyos y nunca hubo queja.
¿Cómo es que se lograba esa inusitada comunicación entre la Madre Canisia y un servidor? Pues ahora si que voy a replicar a la Madre Aloisia: pregúntale tu al Espíritu Santo; no tengo idea, pero de que le entendía y me entendía, sin duda… a veces solamente con la mirada. (Por cierto, la Madre Aloisia, que falleció en 1998, era mi tía, hermana mayor de mi mamá).
Recuerdo esa mirada marcadamente profunda, de ojos azules, de gran paz, cuando una ocasión en Guadalajara, año 1978, llegué repentinamente al asilo en que trabajaban y, al pasar por la calle casualmente, dije a las personas con quienes iba en un automóvil: permítanme un momento, vamos a parar para pasar rápidamente saludar a mi madrina (la Madre Canisia era mi madrina de primera comunión) y a mi tía, ya que andamos por aquí.
Pasé por un corredor en medio de jardines hacia la puerta principal del asilo, la cual siempre estaba abierta, como yo lo sabía, y cuando hice el movimiento para tomar el picaporte, la Madre Canisia abrió desde adentro y lanzó esa mirada que describo para decirme: “te estaba esperando”.
Eran ya muchas ocasiones en que me había sorprendido con su sabiduría, con su paz, con sus métodos científicos, de manera que ya no se me hacía raro que se le adelantara a uno, inclusive en los pensamientos. Era profeta y de alguna manera adivina, pero sus dones siempre los empleaba para el bien y no infundía temor.
En otro momento, antes, en Chihuahua, sería 1975, las madres fueron de visita desde Guadalajara, donde era su casa matriz, a casa de mis padres, y de ahí la Madre Aloisia viajó un día a Parral a sus asuntos, por lo que la Madre Canisia, que se sentía un poco mal de salud, se quedó en Chihuahua. Yo había leído una serie más de 10 libros del escritor de temas tibetanos Lobsang Rampa y estaba con alguno de ellos.
La madre me pidió los libros que había leído, los puso en una mesa de centro bajita, todos apilados y sacó su trompo de oro que utilizaba para la radiestesia. Estuvo concentrada con el trompo girando sobre los tomos por unos 20 minutos. Cuando interrumpió me dijo: Estoy de acuerdo con la gran mayoría de los conceptos y pasajes de este autor, el principio religioso es bueno y el concepto filosófico es fundado en el bien común; solo habría que tener cautela en la interpretación de algunas costumbres de la idiosincrasia tibetana, que llegan a ser muy diversas a las nuestras occidentales y por tanto hay riesgo de interpretación errónea, pero en lo general me parece muy buena su obra.
Enseguida se puso a comentarme relatos de los diversos títulos, ubicados cada uno según el caso, como si los estuviera leyendo; entonces entendí que en ese tiempo, con su trompo y con el método de la radiestesia, se había soplado toda la obra de Lobsang Rampa. Tal era la sabiduría, inteligencia y capacidad de la Madre Canisia.
De su obra en las diversas casas, asilos y hospitales se pueden escribir muchos relatos, sobre todo de aquellas personas que gracias a estas religiosas tuvieron la oportunidad de tener casa, comida, estudios, y llegar a ser personas de bien y triunfadoras, por lo que deben estar muy agradecidas.
La Madre Canisia, que había sido desahuciada por cáncer de páncreas en 1978, acudió a sus amigos homeópatas, a la medicina natural, y vivo 20 años mas en su obra benéfica. A su fallecimiento, ya con mas de 90 años de edad, su compañera de tantas obras, la Madre Aloisia, no le sobrevivió más que un año y se fue a acompañarla con 75 años de edad. Pero su gran obra queda aquí por siempre.
Franz Fellner, maestro cervecero que creó las cervezas Cruz Blanca y Austriaca en Chihuahua, y luego fue a Milwaukee a seguir elaborando bebidas, apoyó enormemente a sus sobrinas, a la Madre Canisia y la Madre Claudia, para la construcción y mantenimiento de sus casas. El maestro Franz y su esposa, ya ancianos, se refugiaron en el asilo de la congregación de San Carlos Borromeo en Parral, hasta su fallecimiento.
La Madre Canisia, educada en Viena, fue de la cultura de la cerveza, siempre tomaba un poco con los alimentos, y era muy gracioso escucharla, cuando alguien estornudaba, que siempre decía, con su español dificultoso: “Salud, pero con Cruz Blanca”.