No se me distraiga, muchachito

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Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ CHIH.- Estaba haciendo unos ejercicios de concentración y caí en cuenta que los motivos para la distracción son muy frecuentes en la vertiginosa vida de nuestro planeta hoy en día, tanto que a los infantes se les acusa de “déficit de atención” cuando muchas veces lo que padecen es el bombardeo de distractores, y entonces hay que preguntarse si la culpa es del indio o del que lo hace compadre.

La hipótesis es tan simple cuan profunda: Nos tienen distraídos porque hay intereses, esquemas y poderes a los que conviene que estemos permanentemente distraídos, que no procesemos los acontecimientos, que no pensemos en lo que sucede en nuestro alrededor, que solamente percibamos los acontecimientos a través de nuestros sentidos, pero que no los estudiemos con inteligencia.

El especialista Johann Hari, en entrevista con Mariana Toro Nader, se va a fondo con su afirmación al respecto: “Una población que no puede prestar atención no puede ser a largo plazo una democracia”.

Se habla ya de una crisis atencional que se extiende por todo el mundo, provocada esta por las distracciones por doquier, la vida a velocidad excesiva, el alto estrés, las tecnologías intrusivas, y todas las costumbres de competitividad que generan un agotamiento permanente. Ante este panorama, a ver quien puede poner atención a algo.

Hari, en su libro “El Valor de la Atención” explica que la atención sostenida está en el centro de todos lo logros humanos; prestar atención es el super poder de los seres humanos, como especie, de manera que, cuando la capacidad de prestar atención disminuye, la capacidad de lograr objetivos y de resolver problemas se ve paralelamente menguada.

Los especialistas coinciden en que el cerebro humano es capaz de concentrarse en no más de dos actividades a la vez, para dar el rendimiento adecuado; de ahí la importancia de la concentración. Si alguien afirma que puede llevar varias tareas al mismo tiempo, y mantenerse debidamente concentrado, está en un error, pues no dará el rendimiento del que es capaz.

Pero con la velocidad hoy en día nos podemos confundir y ahí tenemos a los muchachitos frente a la computadora o en el celular jugando a la vez en siete plataformas diferentes, y creemos que es una gran capacidad la que demuestran, cuando la realidad es que están navegando en un océano de confusión. Y los resultados en productividad y en general en su vida social así nos lo irán demostrando.

Ya lo estamos viviendo: entre más actividad tecnológica, más tiempo en redes sociales y plataformas digitales ocupan las personas, menos valores de convivencia muestran; su vida se convierte casi en una ilusión, en un sueño, en un deseo creado, y el sentido común es cada vez menos común, ya casi una rareza; y los individuos tienden a convertirse en discapacitados sociales; muchas veces casi pueden parecer zombis, cuando su cara brilla frente al reflejo de las pantallas de los aparatos electrónicos.

El reto ahora es aprovechar las tecnologías sin perder la capacidad de concentración y, más aun, la capacidad de reflexión, para crecer como personas, es decir, como seres humanos, y vivir mejor como especie, antes que como individuos y menos aún como máquinas.

Las mediciones nos demuestran que cuando una persona esta concentrada en una tarea y cae en distracción, el tiempo que requiere para recuperar la concentración en lo que estaba haciendo es de 23 minutos.

Entonces no vengan los jefecillos enanos con que quieren que les contesten en 10 segundos los mensajes de WhatsApp, sin considerar la tarea en pueden estar haciendo las personas, muchas veces en los procesos productivos, o tareas de la misma organización en que trabajan; o en cualquier ocupación en que alguien pueda estar afanados. Tampoco caigamos en la falacia de que porque se trata de tecnología de vanguardia, es más importante que cualquier otra cosa.

O como muchas veces se ha creído, porque el jefe lo dice hay que tirarse de la azotea; o aquella frase muy común: ¿Qué horas son? Pregunta el jefe, y el empleado contesta, “las que usted ordene”.

Si me sucedió en una institución pública federal en la Ciudad de México, cuando una secretaria nos dijo al grupo que trabajábamos en una oficina de muy alto rango, que el jefe estaba pidiendo que fuéramos a su despacho, y todos salieron corriendo como cucarachas asustadas. Yo seguí haciendo el trabajo urgente y muy importante que hacia rato me había encargado ese mismo jefe.

Llegó la secretaria y me dijo, a manera de reclamo: “por qué no se ha ido a la oficina del jefe que esta pidiendo que vayan, aquí cuando el jefe habla, todos van de inmediato”; por lo cual le expliqué: “Iré en cuanto haga una pausa racional en el trabajo urgente que él mismo me pidió, pues si interrumpo esto voy a atrasarme demasiado y tengo este encargo que me hizo antes; entonces, enseguida, con  orden y también con criterio, atenderé las diversas instrucciones que estoy recibiendo, pues si corremos todos ante cualquier señal, vamos a trabajar en mayor desorden y esos mismos jefes, si son inteligentes, nos lo reclamarán”; y añadí, “se lo explico en esta ocasión por ser la primera que se presenta, pero advierto que cuando estoy concentrado haciendo el trabajo que me encomiendan, no le hago caso a nadie, ni al jefe, porque tengo que conservar la concentración para el resultado”. Nunca más me volvieron a distraer.

Pero tiene uno que ponerse duro para evitar las distracciones, máxime que ahora abundan desde los teléfonos, computadores, pantallas, audios, videos, y todo el entono de tecnologías que nos llaman la atención y nos vigilan de manera permanente.

De que la sociedad marcha hacia esquemas simples que reducen el pensamiento y acrecientan las herramientas, ya no cabe duda, y cuáles y de quiénes son los propósitos en esta realidad, es motivo de análisis más detallados. Lo urgente es manejar adecuadamente las herramientas para fortalecer el pensamiento.

Creo que a todos nos toca reflexionar y actuar para evitar las distracciones de este mundo acelerado, que aporta grandes ventajas e instrumentos tecnológicos, pero a la vez presenta enormes riesgos de desviación de los propósitos humanos, personales y grupales, que debemos preservar por el bien de todos.