Por Luis SILVA GARCÍA
CD. JUÁREZ CHIH.- Era un guía, un auténtico pastor, un distribuidor de sabiduría con una muy acentuada humildad, por tanto generaba siempre un profundo respeto en torno a su figura, pero indudablemente su más destacada virtud fue la fraternidad.
Aquella mañana de 2016 en que llegué a visitarlo a su casa en la ciudad de Chihuahua iba yo realmente preocupado, pues sus allegados me habían informado que se encontraba un tanto limitado por problemas de salud, de manera que le habían dado ya su retiro como sacerdote de la Diócesis.
En realidad, por motivos más políticos que pastorales, lo habían mandado a la banca: lo sacaron de su comunidad y lo mandaron a su casa. Y conociéndolo como lo conocía, siempre activo, siempre emprendiendo, siempre sosteniendo proyectos y sobre todo, siempre apuntalando a las personas y a las familias de las comunidades a las que le destinaban, si me preocupaba que lo jubilaran.
En cuanto cruzamos miradas me tranquilicé, pues ahí, cara a cara, supe que su juicio estaba intacto: si tenía problemas serios en la visión (en la física, más no la espiritual), estaba afectado en la movilidad, pero tenía ahí su troquita para desplazarse, y podría decir que detecté de repente leves lagunas mentales, nada para asustarse de alguien de 76 años de edad muy afanosamente vividos al servicio de los demás.
Pero era ese mismo guerrero que conocí 50 años antes en ciudad Delicias, y el hecho de que repentinamente hiciera otra vez la misma pregunta, o repitiera nuevamente alguna anécdota, no demeritaba para nada sus conceptos; antes al contrario, luego concluí que tal vez se aprovechaba de esa condición de “venerable anciano”, muy justamente ganada, para subrayar algún pasaje o teoría, desde su permanente perspectiva revolucionaria.
Durante años no habíamos convivido casi nada, pues me marché del estado de Chihuahua a la capital del país en el 2000, pero en cada celebración religiosa familiar por lo menos llegábamos a saludarnos, y recurría eventualmente a él para consultas en materia de sociología, que era la especialidad que él había cursado en Europa, dentro de su formación como sacerdote.
Y ya en confianza, platicando y compartiendo una bebida en la sala de su casa (que era la casa donde vivieron sus padres, es decir, su domicilio particular), me dijo:
– Pues aquí me tienes, alejado de mis ovejas (en relación a su tarea de pastor) por “rojillo”, ¿tu crees?, yo tan tranquilo que he sido siempre, pero los tiempos cambian y las líneas pastorales en las que trabajamos por muchos años, ahora ya se llegan a considerar hasta un peligro.
Nacido en 1940 y ordenado sacerdote en 1966, le tocó vivir de primera mano y aplicar con primicia los postulados del Concilio Vaticano II, esa renovación de la Iglesia Católica universal que inició el Papa Juan XXIII y culminó Pablo VI, mediante la cual se impulsó al catolicismo, como con una catapulta, desde la Edad Media hasta la Edad Espacial de un solo golpe.
A él ya no le tocó dar misas en latín, ni estar de espaldas a los feligreses, y estas, como muchas otras medias más sustanciales que llevaron a la Iglesia a estar más cerca del pueblo, a acompañarlo en su vida diaria, a él le quedaron muy a la medida, en su vocación social y de concomitancia con la comunidad.
La actualización de la Iglesia en el mundo le quedó como anillo al dedo y le encendió una chispa de ayuda al prójimo que le acompañó toda su vida, especialmente notoria cuando se trataba de personas en situación complicada.
Cuando un grupo de estudiantes del último curso de teología del seminario fueron a vivir en una colonia, a estudiar y trabajar para obtener el sustento, y a la vez seguir con la tarea pastoral, en un proyecto denominado “Inserción en la comunidad”, llegaron a la parroquia donde estaba precisamente este sacerdote, y la selección no fue casual. Han pasado más de 30 años de dicha experiencia, tiros y troyanos lo reconocen como un logro y la comunidad lo conmemora con gran afecto; aunque nunca más se volvió a repetir. “Los tiempos cambian”, me decía en esa platica de 2016.
– Estoy sin parroquia, que porque no puedo trabajar tanto por mi edad y condiciones, solo me ha encargado el Señor Arzobispo que encabece la construcción de la Basílica de Guadalupe, un proyecto muy grande para el que no hay dinero, así que todos van a tener que ayudarme, continuó la charla.
– Bonito cuento, le dije, así que no tienes parroquia porque estas jubilado, pero te ponen a llevar un trabajo que requiere mucho más esfuerzo para conseguir recursos, vigilar obra, etcétera, y luego me dices que quieren ¿un mega templo para 15 mil personas? Se me hace que ni saben cuanta gente le cabe a la Basílica en México (12 mil) y como que más bien te quieren traer entretenido para que no hagas trabajo pastoral comunitario, para que no trates con la gente.
Pero no; eso de alejarlo de la gente no lo lograría nunca nadie; porque me llevó a las afueras de la ciudad, donde se estaba edificando la basílica, y me mostró que el proyecto incluía espacios y servicios para los habitantes vecinos de una colonia muy humilde. Era el templo, si, pero también el deportivo, el dispensario, el centro comunitario, el espacio para talleres. No solamente proyectaba la salud del alma, sino también la atención, educación y el desarrollo de las personas.
La basílica se ubica muy cerca del centro penitenciario estatal, lo que a la vez generó el desarrollo de una colonia muy precaria, donde la mayoría de los habitantes son familiares de los reclusos. Entonces el sacerdote, con personas que desde hace años han trabajado en sus iniciativas, encaminó los grupos de atención pastoral y apoyo a los habitantes de la zona. No importa que no tuviera parroquia, el habito no hace al monje, dice el dicho; y ahí estaba trabajando por una comunidad como toda la vida.
Continuaron los encuentros y las platicas eventuales en su casa por varios meses, siempre tenía alguna cerveza en el refrigerador para los amigos, o alguna botella de vino con la charola de jamón serrano; pero nunca me tocó ver que consumiera alcohol en demasía, solo la bebida para acompañar el alimento o la charla.
Recordó desde que fui su monaguillo en Delicias y cómo impulsó para que, a los 12 años de edad, fuera yo a estudiar la secundaria en el Seminario de Chihuahua, evento que transformó mi vida y me permitió acceder a una formación que de otra manera difícilmente hubiera encontrado en mi camino.
Le dije que recordaba como, en el Seminario Regional del Norte, en Filosofía, en Ciudad Juárez, cuando lo veíamos caminar por los pasillos del gran edificio con una larga gabardina, un viernes por la tarde, es porque ahí clavada traería una botella de licor para compartir con los alumnos.
– Los compañeros sacerdotes me cuestionaban mucho porque me iba platicar con ustedes y les llevaba algo de tomar, pero yo siempre creí que era mejor juntarlos ahí en su espacio a departir sin riesgo, a que se fueran para afuera a buscar diversión, y vaya que muchos lo hacían. Y además, en esas charlas me ganaba la confianza y me platicaban sus asuntos que de otra manera nunca confiaban a los padres profesores. Argumentó.
También me platicó de alguien que fue su alumno y luego sacerdote de otra diócesis, que en un momento quedó afectado por alcoholismo y fue retirado del ministerio y abandonado a su suerte. Él le consiguió donde vivir y lo tenía cerca para cuidarlo de sus padecimientos que ya eran graves, pero no podía controlarlo y se le escapaba e iba a la licorería, en un ciclo hasta que terminó su vida; pero nunca lo juzgó ni lo abandonó, solamente lo apoyó.
Seguía la animada charla. – Qué crees que voy a comprar un six de cerveza, con mucha discreción, entonces en vez de ir al Oxxo de aquí a la vuelta, agarro la troquita y me voy al que está allá en la avenida, de incógnito; entonces llegó y tomo mis cervezas y voy y pago, así como espía, sin quitarme el sombrero ni los lentes oscuros, y cuando me entrega el cambio el muchacho que tiende me dice: ¿Eso es todo lo que va a llevar, Padre?. Él era más popular de lo que creía.
Por muchos años fue maestro en varios niveles de los seminarios, y aprendimos enormidades de su ciencia y su sentido humano, pero también su tarea pastoral en colonias se recuerda con cariño, por su humildad y entrega absoluta de apoyo al prójimo, e igualmente por su iniciativa y practicidad para lograr los objetivos.
Sólo mencionaré de pasada unos sencillos ejemplos:
- Rentó edificios del seminario menor para una escuela de señoritas, pues los espacios estaban desperdiciados y dinero no había.
- Formó, con un maestro particular, una secundaria y preparatoria para que ahí estudiaran los alumnos del seminario, pero a la vez fuera una escuela abierta y cobrara colegiaturas. Y ahí íbamos todos los días caminando al colegio, que no quedó muy cerca.
- Organizaba una gran kermes el Día del Seminario, donde todas las parroquias colaboraban con propaganda y puestos de comida y juegos para recaudar fondos.
- Algunas veces llegó a realizar en los terrenos de Seminario Menor kermeses de este tipo en las fiestas de octubre, ya con las modas del Halloween y Día de Muertos, lo que era atractivo para jóvenes de escuelas y se allegaban recursos.
Todo se trataba de hacer con apoyos de parroquias y conocidos, para juntar más recursos, y ahí andábamos los seminaristas haciendo de todo, desde propagandistas hasta cargadores, armando puestos o hasta consiguiendo camiones para llevar elementos que se requerían, como grandes cantidades de aserrín, por ejemplo.
Y al día siguiente de estos eventos a la hora de limpiar y recoger, nos quejábamos con él en confianza: Ayer era el Halloween y ahora es el jalo güey…
La mente brillante, espíritu abierto e ímpetu incansable de este personaje lo llevaron a ubicarse a la vanguardia en la práctica de los programas de la corriente social de la Iglesia Católica, en un admirable ejemplo de ejercicio sacramental pastoral al servicio de los más desprotegidos y en el caminar junto al pueblo.
Pero como él señalara: los tiempos cambian. Y el trabajo en las Comunidades Eclesiales de Base, emanadas de la Teología de la Liberación, que él tanto estudiara y por la que dedicara tanto esfuerzo y trabajo en las comunidades, en un momento fue prácticamente proscrita en la Iglesia. A él le toco subir en la cresta de la ola y caer hasta en el agua de golpe, y siempre sostuvo su postura junto a su comunidad o con sus alumnos. Congruencia sería la definición. Actualmente el Papa Francisco impulsa el regreso de la Iglesia a una proximidad y acompañamiento con el pueblo, pero eso parece ser un proceso lento.
A Jesús Agustín Becerra Esparza (Sacerdote católico chihuahuense; 1940-2020) le debo muchísimo en mi vida, por esa guía y compañía permanente en los acontecimientos personales y de toda mi familia, que van desde que me integré como monaguillo bajo su cargo a los 9 años de edad, hasta celebrar mi matrimonio con Elia Karina en 2019, ahí en el pabellón de la Basílica de Guadalupe de Chihuahua en construcción, pasando prácticamente por todos los bautizos, bodas y hasta funerales en la familia Silva García.
Mi Señor Padre, Samuel, quien falleció a los 92 años de edad en 2022, un día en 2017 me dijo: quiero que me lleves con el Padre Becerra; y allá fue y platicó con él toda una tarde. Regresó con una paz y tranquilidad que conservó los años que le restaron de vida.
A donde estaba el Padre Becerra allá íbamos, sin duda, a buscar la bendición sacramental; y él siempre estaba dispuesto a servir y sobre todo a guiar, y claro, a servir no solamente a los conocidos y amigos, sino a cualquiera que lo requiriera, y especialmente a los más necesitados.
Se le conoció como Padre Becerra, Chutín, Vitula o Vitulita, y más comúnmente como Padre Becerrita, pero todos estas denominaciones contienen el más profundo cariño, respeto y agradecimiento.