Humo de cigarro

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Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ CHIH.- Por aquellos momentos en que uno piensa qué es lo que le apetece estudiar, o en otras palabras, a qué es a lo que le tira uno en la vida, había dos actividades que a mi no me gustaban: El derecho y la medicina, así que decía: no me apetece ni ser abogado ni médico.

Y efectivamente, nunca seré ni abogado ni médico, pero dice el dicho que el hombre propone y Dios dispone, o lo que es lo mismo, las circunstancias, o lo que se conoce como destino, nos llevan por caminos insospechados.

Finalmente he terminado familiarizado con ambos temas que yo calificaba como poco atractivos para mi, pero que han resultado muy interesantes, en el caso del derecho porque mi esposa está terminando su formación universitaria como abogada, y en el caso de la medicina porque mi anterior esposa, quien falleció hace más de 15 años, padeció cáncer, lo que me llevó a tener que conocer muchos aspectos de la medicina como ciencia y cuestiones prácticas para su atención; y así, por necesidad, terminé acercándome y apreciado dicha ciencia y a quienes la practican.

Del derecho hay muchos aspectos por analizar, especialmente en un momento en que en México se practica una reforma judicial sui generis, que lleva al nombramiento de juzgadores por elección popular, antes que una selección por capacidad, especialidad y oposición, como sucede en la mayoría de los países, al menos en los mas desarrollados. Pero esperaremos a que el proceso de elección culmine para ahondar en este tema.

Por ahora reflexiono en cuestiones relacionadas con la aplicación de la medicina, pues mi hermanita, que ya supera los 60 años de edad, me llamó para informarme que le han diagnosticado angina de pecho, y además el doctor le dijo que tiene una afección en un pulmón, producida, argumentó, por la exposición al humo como fumadora pasiva; ya creo que ella nunca ha probado un cigarrillo en toda su vida.

Sin ser de mala fe, en ocasiones los médicos le asustan a uno y le provocan preocupaciones al paciente por situaciones que no tienen que ver ni siquiera con la conducta de uno, cuando creo que, para la salud, y sobre todo para la tranquilidad y paz mental (que indudablemente tiene que ver con la salud física), es importante contar con el soporte positivo que genera la actitud del médico que nos atiende.

De que hay que cuidarse, hay que cuidarse, sobre todo para quienes somos de modelos para los que ya no se encuentran con facilidad refacciones; y de que hay que seguir las instrucciones del especialista, hay que seguirlas al pie de la letra, si es que aspira uno a vivir feliz, por más tiempo y con calidad de vida.

Por un lado, no es para que algunos doctores nos anden asustando con el petate del muerto, como si fueran depositarios absolutos de la verdad; si que saben, para eso se prepararon, pero en cualquier actividad, antes que la técnica y la ciencia, es la calidad humana la que cuenta; y así pesa más el valor de cada persona como tal, sus particularidades y circunstancias, para que el profesional de cualquier ramo aporte con éxito sus recetas y capacidades. Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre.

Porque también andamos cada necio por ahí, que requerimos que nos hablen fuerte para hacer caso, y así fue como el Dr. Gustavo Reyes Terán, hoy Director Médico del ISSSTE a nivel nacional, gran especialista en infectología, catedrático universitario, investigador y sobre todo gran amigo, un día, hace ya años, ante mi diagnóstico de diabetes, se propuso asustarme y lo logró en verdad:

— Luis, Luis -me dijo con seriedad en su oficina-, debes cuidarte, debes atender los medicamentos, la dieta, el ejercicio físico, porque si no atiendes de verdad, sin darte cuenta y cuando menos lo esperes, vas a sufrir una agonía muy lamentable, con amputaciones y mucho sufrimiento para ti y los que te rodean. Tu padecimiento es controlable y si te cuidas no vas a morir de esto, pero si no te atiendes estas condenado a un final terrible.

Sus palabras son para mi una sentencia que recuerdo cada día y que me impulsa a vivir como diabético funcional, sin limitaciones exageradas, pero también sin excesos, con cuidados y disciplina. Y así la diabetes es una forma de vida más que una enfermedad. Máxime que quien me dio la guía es un médico al que aún los pacientes de sida, si siguen sus instrucciones y medicinas que receta, no llegan a fallecer por dicha enfermedad. Al menos desde hace más de los 25 años en que lo conozco, no se le ha muerto uno solo por el síndrome de inmunodeficiencia adquirida.

Gustavo mismo me recomendó con médicos que me atienden la diabetes y particularmente llegué al endocrinólogo pediatra Octavio Torres (si, es pediatra pero igual me atiende a mi), quien aplica un coctel personalizado de medicinas, incluyendo lo más avanzado, que de forma amable le permiten a uno, como paciente, encontrar el soporte para controlar el padecimiento con solamente dos consultas al año.

La medicina no es una ciencia exacta, no puede ser, ya que los seres vivos no son idénticos, sino individuales, únicos, y así como no hay dos huellas digitales iguales, tampoco hay dos órganos de las personas que sean exactamente iguales, ni siquiera hay dos hojas de árbol iguales. Solo hay similitudes y comportamientos generales de los seres vivos y sus partes, de los cuales se deducen los remedios y medicinas para curar las enfermedades.

Pero eso no quiere decir que la medicina no sea ciencia y sobre todo no sea útil, claro que lo es, y muy necesaria, indispensable, pues es el concurso y resultado de miles de años, miles de médicos y millones de organismos humanos de experiencia, que permiten el aumento de la expectativa de vida y el control y hasta desaparición de enfermedades, con el propósito de que el ser humano sea mejor. Gran propósito, por cierto.

La medicina es importante y la medicina la hacen los médicos, de la calidad de unos depende el éxito de la otra. Por lo cual es respetable y muy loable su tarea, sin que ello nos lleve ignorar que también haya médicos deficientes o fraudulentos. Todos seres humanos, en fin, con riesgo y fragilidad.

Un día estábamos cenando en un restaurante de la Cd. De México, el Doctor Gustavo, la cantante Sasha Sokol, otro amigo y un servidor. Y cuando llegó la sobremesa sacaron Gustavo y el amigo sus cigarrillos y salió el tema de lo que puede afectar el humo. La artista dijo que ella nunca fumaria por fragilidad física que tenía, y enseguida Gustavo me dijo:

— Y tu Luis ¿no fumas? –afirmó, a sabiendas de que el mismo estaba preparando un estudio a fondo de mi caso para corregir apnea del sueño que aparentemente yo padecía.

— No Gustavo, no fumo, hace más de 20 años que deje de fumar. Contesté.

— Uy, uy, pues falta ver cual es la secuela que traerás. Advirtió con voz autoritaria el médico.

— Mira mira –respingué—y me lo dices tú, el médico especialista en vías respiratorias, con tu cigarrote en la mano y junto a ti, fumando igual de chacuaco, tu paciente enfermo (mi amigo que nos acompañaba y que traía una enfermedad delicada). Médico, cúrate a ti mismo. Respondí a lo que sentí como una agresión, aunque en verdad no lo era.

La que secundó fue Sasha:

— Gracias amigo por atreverte a señalar, porque al doctor no se atreve uno a decirle nada y en verdad que el humo nos está molestando por igual a todos.

En doctor apagó de inmediato su cigarro en el cenicero y afirmó:

–En verdad muchas veces uno es soberbio.

En ocasión anterior, en una reunión durante el análisis del cáncer de mi anterior esposa, tuve una opinión contraria a Gustavo en relación a los tratamientos y en un momento el doctor me dijo, con esa energía y autoridad que sacaba cuando opinaba con su sapiencia:

— Luis, no olvides que el médico soy yo.

— Tienes toda la razón, tú eres el médico y el que sabe sobre esto, yo solamente opino cuando me solicitan mi punto de vista como familiar de la paciente. Reconocí.

Pasó mucho tiempo y un día viajábamos por carretera de Cuernavaca a México, de regreso al visitar a mi primera esposa, ya en etapa terminal de su enfermedad; yo manejaba a alta velocidad cuando Gustavo me dijo:

— Tengo un pendiente contigo porque aquella ocasión en que te dije que yo era el médico actué con mucha soberbia y he tendido siempre el deber de aclarar que no fue correcto lo que hice y ofrecerte sinceramente una disculpa por ese desafortunado desplante.

— En realidad muchas veces los familiares de los pacientes llegan a tener información y observaciones muy útiles para la atención de un padecimiento, añadió el médico en un gesto de humildad.

— Gracias por aclararlo, respondí, aunque se que toda tu persona es mucho más importante que un desplante, además entendible y justificable; no pasa nada.

— Y por cierto –continué- aprovecho para decirte algo que desde hace tiempo también tenía pendiente comentar, y quiero decírtelo cara a cara porque he venido diciéndolo de ti ante otras personas.

Se arrellanó Gustavo en el asiento del automóvil como resignado ante una crítica que supondría de mi parte, y escuchó:

— Yo creo que tu eres un gran médico, reconocido más en el extranjero que en México, dedicado toda la vida a ayudar a los demás, velando por tu pueblo oaxaqueño, trabajando en temas que otros eluden, como el sida; de verdad admiro que como médico, investigador, innovador, científico, eres enorme, muy grande; tenía que decírtelo.

— Pero también debo decirte que creo que, como ser humano, eres todavía más chingón. Concluí.

Viajamos el resto del trayecto sin pronunciar palabra, pero con enorme paz y satisfacción.