El Padre Jorge

0
165

Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ CHIH.- El Padre Jorge se distinguía por su humildad ante otras personas, por su sencillez y jovialidad en el trato: era de esas gentes que parecen traer siempre consigo una aura de integridad y santidad; pero su más destacada virtud sería la valentía para denunciar las injusticias y la represión, así como para ubicarse en defensa de los más desprotegidos, de los pobres, de los niños, de los enfermos y minusválidos, de las minorías marginadas y de los migrantes.

Nos encontrábamos en una reunión internacional en la zona rural ecuatoriana, en una comunidad indígena, a donde acudimos representantes de varios países de los grupos denominados Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), que eran un intento por llevar a la Iglesia Católica y al Evangelio a una proximidad con la gente, emanado de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Corrían los años finales de la década de los 1970s.

A donde arribaba el Padre Jorge le era imposible pasar desapercibido, vestido con ropa de calle, no elegante, tampoco desaliñado, pulcro, eso si, en tonos neutros, siempre con calzado en color negro que mostraba bastante calle andada, pero recién lustrado. A veces utilizaba un alzacuello con tela en color gris, no siempre. Lo que si le acompañaba siempre era un crucifijo en el pecho y una estruendosa voz, acompañada de bromas a diestra y siniestra, que le ganaban la confianza y protagonismo en las reuniones. Argentino, al fin.

Ya entrados en la reunión, que se celebraba en una gran carpa improvisada en la campiña, contigua a la selva de esta región de Ecuador, el Padre Jorge arrebató el tema y nadie se atrevería a interrumpir, pues le urgía denunciar la situación de represión que sucedía en su país, donde un régimen totalitario militarizado estaba persiguiendo a la oposición, y entre los calificados como opositores figuraban sacerdotes y líderes de las CEBs. Ya eran varios los asesinados y muchos más los desaparecidos y exiliados.

Argentina, por esos días, no era el único país en el que se practicaba la persecución y particularmente contra personas de la Iglesia Católica que habían hecho pública su opción preferencial por los pobres, lo mismo pasaba en varios países sudamericanos y centroamericanos, e inclusive en zonas de México (aunque acá de manera disfrazada, en lo que el escritor Mario Vargas Llosa definiera como la “dictadura perfecta”: aquella en la que no se provocaba tanto escándalo pero finalmente se controlaba con mayor rigor a los antagonistas).

¿Por qué la denuncia que hacía el Padre Jorge en esta reunión latinoamericana de las CEBs tenía tanto peso? Porque la hacía nada más y nada menos que el personaje con mayor jerarquía y peso entre los reunidos, ya que se trataba del Provincial (nombre que se usaba del mando mayor en una región) de la Compañía de Jesús –los jesuitas– en su país: el sacerdote Jorge Mario Bergoglio, hijo de inmigrantes italianos nacido en Buenos Aires en 1936.

En la sesión había varios obispos latinoamericanos, algunos intelectuales de gran reconocimiento en ciencias humanas y decenas de representantes colonos e indígenas de las CEBs. Estaba ahí el también sacerdote jesuita Arnaldo Zenteno, intelectual e ideólogo mexicano que desarrollara muy ampliamente la línea de trabajo de los sacerdotes obreros, y participó el filósofo Enrique Dussel, todo un personaje, argentino avecindado en México, con mas 50 libros publicados en todo el mundo, reconocido como el padre de la Filosofía de la Liberación y uno de los pilares de la Teología de la Liberación.

Asistieron los obispos mexicanos Sergio Méndez Arceo, de Cuernavaca, y Samuel Ruíz, de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, así como el obispo brasileño de Recife, Hélder Cámara, por citar personalidades en esta cumbre de las CEBs, pero el propio Padre Jorge nos dijo que la importancia de esta reunión no era por la presencia de los prominentes personajes encumbrados –quienes además en general eran sus amigos–, sino por los líderes de comunidades marginadas y de aldeas indígenas de toda Latinoamérica, a los que tenía el privilegio de llevar su mensaje de denuncia en esa ocasión.

— Por ellos vine de allá para acá, para mirar a los ojos a estos líderes populares, a esta gente común, por ellos es que corrí el riesgo de salir de mi país, en estos tiempos difíciles, de represión;  y puede que me cierren las puertas y ya no me dejen regresar, para como andan las cosas allá más al sur; así que preparen un camastro y un plato de arroz con frijol y por ahí me dan asilo, nos comentó Bergoglio en charla animada.

En uno de sus turnos en el estrado en la asamblea general, el Provincial Jesuita de Argentina hizo una valiente y oportuna denuncia de la represión ideológica que se estaba padeciendo en su país, lo que le ganó la admiración y el respeto de todos los asistentes. Y de ahí en delante su figura pública siempre fue creciendo internacionalmente, pero nunca perdería la humildad y el buen humor.

Tuve el privilegio de coincidir con el Padre Jorge en varias reuniones en aquellos años, en algunas otras sesiones en países donde se convocaba a la dirigencia latinoamericana de las CEBs, y otras veces también en Santa Fe, Argentina, donde comúnmente radicaba por aquella época.

Ahí aprecié el valor y fuerza de este pastor de a pie, que viajaba en transporte público, andaba junto a la gente, asistía a las reuniones de la comunidades en los hogares y comía y bebía lo que le ofrecían en las casas. Llevaba siempre la mano y el aliento de Jesús a los desposeídos, el mensaje de solidaridad y paz a los necesitados y, cuando era el caso, también sacaba el carácter fuerte para la denuncia o el rigor para una corrección.

Yo me retiré de la actividad oficial en la Iglesia Católica a raíz del fallecimiento del Papa Paulo VI y con la llegada de Juan Pablo II, cuando hubo un viraje y la acción social se empezó a considerar, por el catolicismo, inclusive hasta como un pecado.

El Padre Jorge llegó a convertirse en el Obispo de Oca y Arzobispo de Buenos Aíres y, para su tranquilidad, el régimen militar Argentino fue cediendo terreno para dar paso a una etapa de mejor desarrollo en su país, sin que con ello creamos que el andar fue fácil y cómodo. No es así. Para quien vela por los desprotegidos todos los días, a toda hora, siempre hay retos por superar, y así era lo cotidiano para el entonces obispo.

Hay dos personas que dieron testimonio de su humildad todos esos años en Buenos Aires, pues diariamente pasaba a lustrase su gastados zapatos con el mismo bolero, y de ahí recurría a comprar el periódico con el mismo vendedor de un puesto callejero; seguía siendo un pastor de a pie y utilizaba el transporte público.

Pocos años antes de su fallecimiento, el Papa Juan Pablo II invistió a Bergoglio como Cardenal, por lo que fue llamado al cónclave para la elección del nuevo Papa en 2005, y figuraba entre los favoritos para la sucesión, pero se cumplió el adagio que dice que “los cardenales que entran al cónclave como papables, salen del cónclave como cardenales”

El Papa fue el Cardenal Ratzinger, Benedicto XVI, quien sorpresivamente renunció al cargo en 2013, al cumplir 85 años de edad, en un acto de congruencia, pues él mismo había impulsado la norma para el retiro de obispos en funciones a dicha edad, polémica medida que llevó a la banca a pastores que aparentemente podían haber aportado aún mucho a sus diócesis y que se convirtió en posible instrumento para dejar de lado a quienes fuesen de corrientes diferentes a los mandos en turno.

Ahí va nuevamente el Cardenal Bergoglio al cónclave, ahora sin pronósticos a su favor, pues en esos años el cuerpo cardenalicio se había transformado, como sucede en cada ejercicio papal. No parecía que fuera posible un Papa que surgiera de fuera de Europa, y más aún con Benedicto XVI aún vivo, que era reconocido por más apego a los cánones tradicionales que sus antecesores, por lo menos desde Pio XII.

Pero ¿cómo es que se eligió a un Papa que resultó muy propicio para sus tiempos, el cual vino a irrumpir en transformaciones y recuperación de valores que parecían muy urgentes para el catolicismo en este mundo tan vertiginoso?

La elección del Jorge Mario Bergoglio como el Papa Francisco en 2013 fue en realidad inesperada y providencial: resultó el primer Papa latinoamericano, el primer Papa jesuita y el primer Papa nacido en el hemisferio sur del planeta, además que fue el primer Papa no europeo desde el año 741, cuando falleció San Gregorio III, nacido en Siria, es decir, hubieron de pasar 1,272 años para que surgiera otro Papa originario de un país fuera de Europa.

Los datos son símbolos muy claros de los tiempos de cambio en la Iglesia, de ahí que el papado de Francisco fuera congruente, no solamente por su estilo de vida, que siguió siendo siempre el mismo, sencillo y humilde, sino por los cambios que impulsó en materia de finanzas del Vaticano (desapareció el banco), combate a la corrupción (procesó a prelados por malos manejos) y pederastia (destituyó a obispos y castigo a sacerdotes) en la Iglesia, entre otros temas.

Con integridad, dio voz a los que no tenían voz, atendió a los minusválidos, escuchó y apoyó a los sectores minoritarios, abogó por los migrantes y maltratados, denunció a los poderosos.

Fue magnánimo para repartir recursos a los necesitados, riguroso para reclamar a los injustos, y hábil para integrar modernidad y tecnología a los sistemas eclesiales. Un Papa muy completo, congruente, valiente, humilde, eficiente, santo y sabio.

¡Qué más podría pedir la feligresía a Dios! Por todo ello fue tan querido y será tan recordado, tan venerado.

Y aún cuando fue el caso, echó sobre sus hombros a las ovejas abandonadas y caminó, con paso firme, hacia Jesús.

Descanse en paz el Padre Jorge, el Papa Francisco.