Navegando en la anarquía

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Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZ .- Son muchas y variadas las situaciones por las que una sociedad en crisis, como la nuestra, atraviesa en estos tiempos, y a mi me llama la atención la circunstancia en la que, desde hace entre 30 y 40 años, la educación de los mexicanos transcurre sin valores éticos y sin respeto a las normas.

Es decir, ya vamos para una tercera generación de ciudadanos que no recibieron en las aulas de educación elemental, ni siquiera en etapas educativas de mayor nivel, una mínima formación moral ni bases jurídicas para la convivencia social.

Hay que aclarar que moral no significa religión; solamente se asocian los conceptos porque los religiosos han sido acá los que se encargaban de fomentar la moral en las escuelas desde la época colonial. Moral es la capacidad de distinguir el bien del mal y actuar en consecuencia, cada persona en lo individual y sobre todo en lo colectivo.

Y la norma jurídica pues es el conjunto de costumbres positivas y necesarias para la convivencia colectiva, luego convertidas en reglas y leyes, que tienen que acatar los ciudadanos para salvaguardar la convivencia sana y apuntalar el crecimiento de una sociedad, en sentido evolutivo.

Tanto un aspecto como el otro son milenarios, desde las comunidades de las que se tienen noticias, prácticamente desde que se desarrolla la comunicación entre las personas, y luego la escritura, se van formando reglas para el trato entre los seres humanos.

Estos elementos se han ido perfeccionado con el transcurso de las civilizaciones, hasta llegar a la instrucción y las normas de nuestros días, que están mas que estudiadas y se han instaurado en los diversos países y a nivel internacional, todas más a o menos en un mismo sentido: el sentido común.

¿Qué pasa con México? Que en notoria medida nuestro país desentona en el concierto internacional, pues el entorno de ignorancia y pobreza creciente, ahora en rúa pavimentada hacia un totalitarismo en alianza con el crimen organizado, acarrean como resultado una pavorosa ausencia de valores y desconocimiento de las normas, en las clases que se imparten en nuestras escuelas.

Ello no puede producir más que personas inclinadas hacia la barbarie; y las vemos todos los días en las calles, convivimos con ellas a cada momento y, aunque nos asombramos, nada podemos hacer para cambiar el ambiente, pues cada vez son más los que ignoran los valores de convivencia y las reglas de una vida comunitaria. Si te descuidas, te arrollan, pasan sobre ti a toda velocidad, tanto en sentido figurado como en el hecho real. Ya no hay respeto por nada ni por nadie.

Pensemos solamente que desde hace unos 40 años los niños de primaria ya no recibieron solidez en la educación en valores y respeto a las normas. Así crecieron y en algún momento se asustaron porque algún compañerito metió hasta un arma a las aulas. No se diga de los hurtos a las mochilas de los alumnos y hasta de los maltratos y abusos de índole sexual que llegaban a presentarse y los casos ya quedaban impunes.

Pues esos alumnos y alumnas crecieron y un día se casaron y tuvieron a sus hijos, quienes ahora ya andan en los 20 años de edad; en la mayoría de los casos –estamos hablando de millones y millones de mexicanos–, nunca llegaron a formarse en valores positivos de convivencia comunitaria, y vemos el resultado en incremento en los índices de delincuencia en el país, aunados a otros factores que agravan la crisis, como la inseguridad y deterioro económico.

Abundan en nuestras comunidades jóvenes, ya encaminados hacia la adultez, a los que no les tocó ni una embarradita de valores y buenas costumbres; lo mismo en el hablar que en el actuar reflejan ignorancia supina por la convivencia social y absoluta falta de respeto al prójimo. Ignoran claramente el principio básico universal que indica: “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti mismo”.

Y más aún, estas personas ya se están reproduciendo y ¿qué creen que les van a enseñar a sus retoños? Pues lo mismo que ellos aprendieron, no más. Tal vez a las generaciones anteriores, que tampoco recibieron ciertas enseñanzas en las aulas, sus padres y familiares quizá llegaron a rescatarlos, al menos parcialmente; pero conforme pasa el tiempo las transmisión de buenas costumbres en el hogar se va extinguiendo, simplemente porque nadie puede dar lo que no tiene.

Si no hubo formación, hay deformación, y esa es la realidad de la educación en México desde hace ya casi cien años, pues el último intento serio de mejorar la educación en nuestro país fue el de Lázaro Cárdenas; échele unos 90 años más o menos; de ahí para acá, puro sindicalismo y politiquería, que terminó por sepultar, poco a poco, aquella imagen digna que existía del maestro.

— ¿Qué estás haciendo Luisito, tienes que escribir la vocales que les puse en el pizarrón, como todos tus compañeros? Me dijo la maestra Lina, a manera de reproche, cuando yo jugueteaba con algún lápiz, y creo que una canica de barro, sobre el pupitre.

Callado, le entregué el cuaderno marca Polito, a rayas, de hojas de papel revolución, en el que había escrito, con letra manuscrita: “Las vocales son: a, A; e, E; i, I; o, O; u, U; listo.”

Era mi primer día del primer año de primaria en Cd. Delicias, con seis años recién cumplidos, en 1963. A mi no me tocó pasar por los kínderes ni pre primarias que hoy existen, pero cuando llegué por primera vez a un aula, en esta ocasión que describo, yo ya leía y escribía con fluidez, pues mi mamá, que a su vez recibió excelente educación elemental en los años 1920s y 1930s, supo transmitir lo que recibió; y no solamente en las letras y números, sino sobre todo en valores y respeto a las normas.

— Bueno –añadió la maestra–, pues como ya sabes leer y escribir, te voy a pasar a segundo año. Y así fue como nunca cursé el primer año de primaria; ya había comenzado a leer y escribir y desde entonces no he parado. Y todo gracias a la buena educación que aún se conservaba en México y que hoy añoramos.

Ahora me parece ocioso repetir el reclamo a las autoridades por la mejora de los niveles educativos: Han pasado 40 años desde que escribí reportajes en Chihuahua sobre lo que pasaba en la educación y, entre agresivas protestas callejeras y huelgas magisteriales, pude documentar, con especialistas, cómo es que las escuelas normales de México (donde se forman los maestros) eran ya de las que tenían niveles más deficientes en todo el mundo, comparadas solo con las las de países sub desarrollados africanos y del sureste asiático.

Me parece que al día de hoy no hemos mejorado en este rubro, antes al contrario: basta leer los miles de renglones de atrocidades que se escriben en las redes sociales, donde hasta los que se dicen periodistas escriben “ay” en vez de “ahí”, o de “hay”. No, ya distinguir el significado de tres fonemas que se escuchan similares, pero que en realidad son palabras distintas, sería mucho pedirles.

Y ni que decir de encumbrados empresarios o personajes políticos, hasta de los más altos niveles, que si pasaron por la universidad y poseen un flamante título de licenciado, en lo que usted les quiera conceder, pero que en la realidad son analfabetas funcionales. Ni pronuncian bien, ni leen bien ni menos aún llegan a escribir con corrección. No hubo educación sólida ni en letras, ni en números e intuyo que tampoco en valores.

Por esto y por muchas cosas más, diría el cantante y poeta urbano Facundo Cabral, navegamos en la anarquía.