Virtud de madre

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Por Luis SILVA GARCÍA

CD. JUÁREZCHIH.- Al tratarse de una persona que tiene en alto el valor de la discreción, considero que también tiene muy en alto el valor de la figura materna, pues habla de su madre con relativa frecuencia. Y se ve que eso le hace bien, sin que diga que sea precisamente cómodo.

La he escuchado referirse a su mamá con enorme admiración y respeto, que se reflejan con claridad en esos relatos de las innumerables acciones, muchas de ellas aventuradas y con tintes de rebeldía y enfrentamiento social, mismos que la madre de familia tuvo que realizar no solamente para sacar adelante a sus tres hijos, dos varones y una niña, sino para protegerlos y velar por ellos en el endémico entorno machista en el que le tocó vivir.

Las puestas en escena de estos relatos incluyen la siempre doble y hasta múltiple actuación de las madres (doble en referencia a número, no a ocultar algo), que abarcan lo mismo los avatares para asegurar que haya de comer y vestir en el hogar, como velar por la educación y formación de los críos, sin dejar nunca de lado la atención al marido, al macho, con todo lo que ello implica, moral y corporalmente.

En estas descripciones de la vida de la madre siempre hay una muina de conmiseración, pues la señora, desde pequeña, siempre tuvo ante si cuestas muy complicadas que escalar: ella y sus hermanas quedaron huérfanas y fueron a parar a un internado de religiosas, que más parecería un reclusorio.

La disciplina y las clases elementales al son de “la letra con sangre entra”, forjaron en esta madre un carácter enérgico, combinado con el ímpetu irrefrenable del esfuerzo para lograr metas, aunque el entono no fuese favorable.

Lograr metas siempre acarrea satisfacción, y me parece que el cumplimiento de metas diarias, a mediano o a largo plazo, grandes o pequeñas a la vista de los demás, ese cumplimiento que para cada quien tiene significado único, sostuvo siempre a esta madre en el camino de la felicidad. Batalló si, de muchas maneras, pero logró ser feliz.

En nuestra sociedad es común que los hombres de la casa sean golpeadores, borrachos, desobligados y mujeriegos, pero generalmente estas conductas se dejan en el olvido cuando se trata de exigir a las mujeres que ellas si, sin ninguna alternativa, cumplan el rol de mujeres abnegadas, de esposas fieles, de madres de los hijos, de sirvientas del hogar, y sin gozar de un salario por su trabajo.

Los relatos me indican que, pasajes más, pasajes menos, la vida de esta mamá transcurrió en ese trillado contexto, pues su familia ya no estaba, desapareció prácticamente cuando llegó al orfanato de aquellas monjas, y la familia de su esposo era precisamente como las que venimos describiendo, con enorme carga machista y marginación a las mujeres.

Pasar del desamparo infantil a bregar, con el viento y corriente en contra, para aprender  algo en las escuelas, luego tratar de vivir la adolescencia y juventud con gusto y sorbiendo las ideas libertarias y convulsas de la segunda parte del siglo XX, practicar algún oficio o trabajo, más llegar a completar la etapa del matrimonio como la sociedad manda, tener hijos y sostener la familia, todo esto es ya una vida hecha y derecha; pero todos los esfuerzos y sufrimiento acumulados acarrean secuelas, dejan un desgaste.

De la alta capacidad intelectual de esta madre no me cabe duda, pues, de no tenerla, cualquiera de las etapas cubiertas podrían haber incinerado su ímpetu de logro y gozo. A pesar de todo lo que enfrentó, cubrió el trazo de su vida, impulsó a los suyos y nunca perdió la virtud de esfuerzo y se mantuvo aferrada al afán de la felicidad.

En ese trajinar, a través de muchos años, aportó permanentemente a las actividades de los miembros de la familia, inventó otras para completar el sustento y trabajó como hormiguita, ya sea en costura o vendiendo lo que se podía; y así se le fue buena parte de su vida, más no la iniciativa.

Una vez cumplidos los principales compromisos, ya con sus hijos adultos, un día esta madre agarró y se fue por su rumbo a seguir adelante. Era ella misma, con su impulso, su esfuerzo y su ingenio de siempre, solo que ahora lo aprovechaba más para si misma y su bienestar y felicidad. Era eso justo, sin duda.

Pero la vida le tenía más desconciertos y así fue que repentinamente perdió a su hijo menor en plena juventud; tragedia de la que nadie se repone. Lo digo porque mis padres también perdieron un hijo y se fueron de este mundo, muchísimos años después, sin haber superado el trance.

Puedes procesarlo, si, como esta madre lo hizo; y siguió con su vida, ahora en otra población, con nuevos intereses y conociendo personas, desarrollando nuevas actividades que se permitía gracias a su habilidad para las relaciones y el comercio. Estaba alejada de la que fue su familia y así paso un tiempo.

Hasta que su hija regresó, la buscó y la frecuentó y acompañó eventualmente; y así su virtud de madre retornó del retiro: aportó a su hija en su desarrollo profesional y personal y logró satisfacción como guía, que también lo era; y recibió el reconfortable apoyo de su hija ya adulta.

Tenía camino por delante, una nueva vida, en paz con Dios, con los que le rodeaban y con su familia, unos más cercanos que otros, pero en paz. Entonces llegó la pandemia que inesperadamente se la llevó de este mundo.

En sus últimos días pudo ver con sus ojos la felicidad y tranquilidad de su hija ya casada y realizando su vida con éxito profesional y feliz, como ella era y deseaba que los suyos lo fueran. Juzgo que murió en paz y con tranquilidad, con esa felicidad que siempre tuvo, pese a las dificultades que encontró en su andar.

La felicidad de una madre se refleja en la felicidad de sus hijos, es una virtud que solo las madres tienen y que, muchas veces, solo ellas y Dios entienden. Los demás seres humanos solamente las admiramos. Así es.