Por Luis SILVA GARCÍA
CD. JUÁREZ CH.- Mucha gente comenta que es muy aburrido hablar y leer de política; y con razón, pues estamos decepcionados, muy cansados, casi hasta el colmo, de escuchar argumentos que no son solventados por los hechos. Nos han mentido una y otra vez.
En este maremoto de situaciones incoherentes, que suma ya mas de 500 años, hemos perdido la capacidad para hacer el juicio adecuado a las acciones de quienes han detentado el podera través de los años, de los gobiernos, de los regímenes, de los sistemas y hasta de la historia.
Si revisamos las épocas desde la prehispánica, pasando por la colonia, independencia, reforma, porfirismo, revolución, modernismo, liberalismo y todas la transformaciones que quieran poner y quitar los propagandistas del poder, lo más común que se encuentra es el abuso y hasta la corrupción por parte de los que han tenido el sartén por el mango. Y todo esto, claro, genera desgaste.
Eso salta a la vista, pero no crea: a través de todos estos tiempos se entreteje también la sociedad de esta Raza de Bronce, desde las comunidades indígenas hasta los infantes modernos con aparato digital-robótico en mano –cual si fuera un arma–, pasando por el mestizaje: originales, españoles, criollos, inmigrantes obligados o voluntarios, sean de un continente o de otro –como África o Asia–, y todos aquellos que conformamos el México de hoy, del que estamos orgullosos, aunque luego reneguemos… con razón.
Los mexicanos somos ampliamente reconocidos en todo el mundo por nuestro carácter alegre y amistoso, por la persistencia en el trabajo, por el sentido común en el aprendizaje y por el espíritu innovador que comúnmente mostramos.
— Mire, allá está un puesto de un mexicano, gran amigo, que vino a trabajar como ayudante a este mercado y terminó poniendo su propio puesto de tacos, y ahí nos tiene ahora a todos comiendo tacos… están muy buenos. Me explicó un restaurantero griego en Madrid, con entusiasmo, nada más supo que yo era de México.
Y en las plantas industriales, en cualquier país, aprecian enormemente el talento y dedicación de los mexicanos, por lo que los procuran para sus líneas de trabajo, y no resulta extraño que, con el paso del tiempo, los paisanos que llegan como obreros, se apliquen y cultiven, y terminen siendo los jefes que manejan los procesos.
Ahora hasta en la NASA procuran mexicanos.
Pero acá, en el interior de nuestra patria,permanecemos en el subdesarrollo, nos creemos la propaganda política y bailamos al son que nos tocan los poderosos, quienes acumulan y reparten la riqueza solamente entre los suyos, un puñado de privilegiados, mientras que más de 40 millones de mexicanos despiertan diariamente sin saber si van a tener algo para comer ese día.
Ante el pesimismo y la decepción, en una frontera muy cercana al hartazgo, que ahora indudablemente campean por el territorio tricolor, vienen a mi mente (como un martillazo) las enseñanzas del maestro de periodismo Javier Darío Restrepo, de la escuela Nuevo Periodismo Latinoamericano, fundada e impulsada nada menos que por Gabriel García Márquez.
Señalaba el maestro colombiano de ética periodística, quien falleció en 2019, que a los periodistas nos toca hacer la tarea de contrapeso al poder, mucho más allá de las cuestiones partidistas e ideológicas y plantados en los principios humanos y del bien común de la sociedad.
Y conforme los gobiernos son más autoritarios, los que practican la comunicación y son los encargados de informar a la comunidad, se van quedando solos en la tarea de denuncia de la injusticia y de los abusos.
El poder corrompe y atrapa a todos los que puede, inclusive a los periodistas, que en muchos casos, por desgracia, carecen de principios y aceptan el pago de los potentados a cambio de defenderles sus intereses y cubrirles sus fechorías. Y ahí llega a su fin esa tarea de contrapeso del poder.
La tarea de denuncia tiene que ejercerse aunque moleste a los señalados, no es cómoda, y por tanto se produce una reacción que incluye el intento de desprestigio de la fuente informativa y de quien la hace pública.
Tampoco es fácil de entender y aceptar, aunque los protagonistas sean de buena fe. Me tocó publicar la noticia comprobada de un funcionario de segundo nivel que cometió peculado, y el jefe de gobierno –que, juzgo, que era honesto– me reclamó porque publicamos la noticia y argumentaba que esa información iría a desprestigiar su gobierno.
Lo cito porque el gobernador no entendía, en principio, que lo que estaba poniendo en riesgo el prestigio a su gobierno era el peculado que cometió su funcionario, y no la noticia que publicábamos como informadores.
Es bien fácil confundirse, este mismo político me alegaba que solamente el periódico que yo dirigía publicó esa noticia; y entonces le expliqué que precisamente como periódico nos dedicábamos a publicar noticias, y si eran exclusivas, pues aún mejor. En todo caso habría que vigilar el rigor de aplicar los principios éticos, realizar el trabajo con absoluta seriedad e informar con la verdad.
— Si en eso falláramos, pues ahí si, acúsenos con todos los elementos. Le dije al gobernador.
Pero ese no era el caso y finalmente el mandatario entendió: aceptó la culpa de su administración y quedamos como amigos y en tono de gran respeto. Así tiene que ejercerse el periodismo; pero muchas veces no se entiende de esta manera.
Más cuando se pretende retener y aumentar el poder aún por encima de la voluntad de los gobernados, y entonces vienen las medidas para cooptar a quienes puedan significar contrapeso, las reformas a las leyes para acabar con las instituciones democráticas e incluyentes, y los símbolos de acumulación del mando, inclusive en términos de dictadura dinástica.
Hace unos 40 años analizábamos el fenómeno de la represión y asesinatos de periodistas en países de latinoamérica, cuando los informadores luchaban por denunciar a los gobiernos militares y totalitarios, y se señalaba que en México no había este tipo de violencia de forma tan marcada, y ello era porque el gobierno y el poder no requerían reprimir y matar periodistas en nuestro país, no, para qué, si a la mayoría los tenían comprados, explicábamos.
Luego hubo un despertar y muchos compañeros empezaron a denunciar, por lo que vino también la represión, pero hoy en día me parece que hemos regresado a aquellos años y la mayoría están siendo comparsa del poder, en tanto que la corrupción es el instrumento con el que se controla a la prensa, en una generalidad.
Cuando hablamos de dictaduras con tendencia dinástica viene al caso de inmediato la situación de Nicaragua, donde actualmente una reforma legal apunta a dejar a la esposa del presidente en su lugar, pero no crea que acá cantamos mal las rancheras.
En México no había sucedido que algún mandatario quisiera prolongar su permanencia a través de sus familiares; no pasó ni en la lucha de independencia, ni en el imperio, ni con Juárez, ni con Porfirio Díaz, ni con el priísmo poderoso, pero fue López Obrador el que puso a su hijo al frente de su partido Morena.
Pues ahí se van notando señas de absolutismo y nos toca señalar eso, no porque se trate de uno u otro partido, sino porque son los hechos. La política aburre, si, porque se ha manipulado el servicio que debe ser el gobierno, para transformarlo en ejercicio de poderes a conveniencia de grupos y facciones, sean del color que sean.
A los que analizamos e informamos nos toca ser el moscardón que siempre zumba en la oreja (así lo definió Darío Restrepo), es decir, nunca olvidar que hay que estar señalando lo que sucede, con seriedad y verdad, aun que a nuestros propios amigos o correligionarios no les guste. Ya lo entenderán… espero.

